Secciones
Servicios
Destacamos
Antes, las borrascas no tenían nombre. Llegaban, descargaban lo que fuera y después se las valoraba. «Ha caído una nevada de narices», se decía, por no emplear otra zona corporal más pronunciada.
Filomena, entonces, solo era un nombre de mujer (casi desaparecido, por cierto), que ... ha bautizado el nombre de una de las borrascas más famosas en mucho tiempo. Y sí, ha traído consigo nieve y, sobre todo, un martilleo mediático que ha hecho de la capital de España una cita omnipresente en todos los informativos. Pero por estos lares, tampoco ha sido tanto. Para nevadas, las de antes.
En Santo Domingo de la Calzada hay una de referencia, la mayor, seguramente, que recuerden sus vecinos: la de enero de 1978.
Eduardo Villanueva, que frisa los 96 años, no recuerda otra mayor que aquella. «Fue tremenda», indica. Su memoria regurgita un paseo que quiso dar por el paseo de La Carrera, junto a su amigo José Luis López Tarazona. «Nos tuvimos que volver, porque no se podía andar de tanta nieve que había». El calceatense, que evoca paisajes de la ciudad calceatense típicamente nórdicos, señala que «antiguamente nevaba mucho más que ahora y hacía más frío». La conversación refresca (nunca mejor dicho) la imagen de enormes chuzos, muchos inviernos, pendiendo peligrosamente sobre las cabezas de los calceatenses desde los tejados.
Fernando Fernández también se acuerda bien aquella 'mítica' nevada. «Estuvimos cerrados tres o cuatro días», indica. Cree recordar que a alguien, que debía embarcarse en Bilbao, lo evacuaron en un vehículo militar los militares que realizaban maniobras en Ezcaray. «A lo mejor había 60-70 centímetros de nieve», indica. También cuenta que en la calle San Roque, donde ya trabajaba, se vivió una auténtica guerra de bolas de nieve, en la que intervinieron, además de él, empleados de otras cuatro entidades bancarias de la zona. Esta arteria local no tenía entonces barandillas y la nieve llegaba a la altura de la carretera. «Disfrutamos mucho, pero tampoco podíamos hacer otra cosa, porque se fue la luz y no volvió hasta media mañana», relata.
Las fotografías de Aurelio Bustillo de aquel 14 de enero de 1978 reflejan bien la imagen que la ciudad ofrecía tras casi tres días sin parar de nevar. Fue la nevada del siglo, sin nombre, sin alertas de colores y sin toda la parafernalia que actualmente rodea a este tipo de temporales. Nevó como si no hubiera un mañana. Y cuando acabó, las calles se llenaron de gente abriendo accesos. Fin.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.