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Los mártires es un paraje ubicado a 4,5 kilómetros de Santo Domingo de la Calzada y a 1,5 de Gallinero de Rioja. Es un trozo de historia compartido, ocupado por un puñado de árboles, una balsa, un pilón, y restos de lo que ... fue: el lugar en el que se levantó una ermita dedicada a San Cosme y San Damián, de ahí la toponimia, y algunas casas anejas –todo ello arruinado ya en 1872–, y, lo más importante, el punto de partida de una gran obra que permitió el abastecimiento de agua potable a la ciudad calceatense.
Cuenta el doctor en Historia Francisco Javier Díez Morrás, que es posible que las ruinas del caserío de Los Mártires sean el último vestigio del desaparecido pueblo de Gallinero de Yuso. «La colección diplomática medieval calceatense da noticia de la existencia en los siglos XIV y XV de dos Gallineros, el de Suso y el de Yuso, y Casimiro de Gobantes, ya a mediados del siglo XIX, vuelve a hablar de ello. El actual pueblo de Gallinero de Rioja, cuya primera referencia hoy conocida es de 1185, sería aquel que los documentos situaban monte arriba», explica.
Es un lugar con historia, incluso trágica. Apunta el historiador calceatense que las fincas eran arrendadas generalmente al 'martilero', como se le llamaba al ocupante del caserío, que se encargaba de su mantenimiento. Pues bien, a principios de octubre de 1812 aparecieron degollados en Los Mártires Manuel Blanco y tres miembros de su familia. «Nunca se supo la causa, si bien hay que ubicarla en el inestable contexto bélico del momento, con un pillaje extendido por todo el país, y unos franceses y españoles enfrentándose en la zona en pequeñas escaramuzas y acciones», relata.
Con el tiempo, el templo y sus casas se fueron arruinando, algo que Díez Morrás achaca, en buena parte, «a la dejadez de unos capitulares que se mostraban casi siempre reticentes a subir hasta la ermita a celebrar los escasos oficios litúrgicos a los que estaban obligados, ya que el estipendio era escaso para el esfuerzo que había que hacer».
Sin 'martilero' ya desde antes de 1867, el mal estado y el peligro de robo de las reliquias motivó que, en 1871, el cura del pueblo se las llevara, junto a los enseres litúrgicos y el retablo, que hoy se encuentra en la iglesia de Gallinero de Rioja. Un año después, la ermita quedó arruinada.
Volvamos al tema del agua. El lugar, como ha quedado dicho, fue el punto de partida de una gran obra hidráulica realizada entre 1795 y 1799, «época floreciente en la ciudad calceatense, en la que surgieron importantes proyectos de clara inspiración ilustrada», subraya el historiador.
El Ayuntamiento había decidido explotar el antiguo manantial sobre el que se había erigido la ermita. La razón –explica Díez Morrás– estriba en que, «hasta esa fecha, la población calceatense se había abastecido de agua potable mediante pozos distribuidos por la ciudad. Los había públicos en las plazas principales y privados en algunas casas importantes. A consecuencia del aumento de la población en el siglo XVIII y la disminución de los niveles de los pozos urbanos en épocas de estío, se vio la necesidad de hacer una importante obra de extracción y canalización de los ricos manantiales del entorno».
El manantial existente en el lugar ya era conocido entonces. El objetivo era conducirla hasta una fuente pública situada en la ciudad, con su abrevadero para el ganado y un lavadero. Así se hizo, desde el arca principal (aún existente), mediante 6.000 arcaduces cerámicos realizados en Ojacastro por el alfarero Joaquín Ruiz, que serían reforzados con cal y canto y colocados sobre losas de piedra. El final de esta canalización estaba en el barrio de La Puebla, donde se colocó una fuente que daba por sus caños ocho cántaros de agua al minuto, un abrevadero de más de ochocientas cántaras de capacidad y un lavadero. Se le conoció como la Fuente de la Ciudad.
Díez Morrás reseña un dato importante y es que, a finales del siglo XVIII, el arquitecto hizo constar la aparición, durante las obras, de restos antiguos, como pilas de piedra, huesos humanos y monedas de cobre.
También refiere que, aunque la obra comenzó en 1795, gran parte de la misma se desarrolló entre agosto de 1798 y abril de 1799. Y que aunque inicialmente su presupuestó era de 24.588 reales, su coste final subió a 94.769 reales. «Se trabajó a vereda por los vecinos de la ciudad, especialmente los labradores, y se sufragó con arbitrios e impuestos locales –en concreto se subió el del azumbre de vino–, con apoyo de la Corona y de la catedral, que aportó materiales de las casas quemadas en 1778 y 3.000 reales, y hasta con la recaudación de una corrida extraordinaria de toros que se celebró en la plaza Mayor el día de Gracias de 1798, que ese año fue el 2 de septiembre», cuenta el historiador.
Con las extracciones que se realizaron en los manantiales de Patagallina y el canal, más cercanos, la 'Fuente de la ciudad' comenzó a quedar en desuso.
Ahora, el Ayuntamiento se ha propuesto el desenterramiento, recuperación, restauración, protección y estudio de los elementos arquitectónicos existentes en el manantial y la recuperación de la función originaria de la fuente, con la posibilidad de que ofrezca de nuevo agua potable.
También se plantea la recuperación del tramo de camino original, de más de 300 metros, oculto por la maleza, que permitirá acceder al lugar, y la creación de un itinerario para peatones y ciclistas, entre Santo Domingo de la Calzada y Gallinero de Rioja.
La historia vuelve a fluir, igual de fresca, como el agua.
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