Hermosilla cierra las fiestas calceatenses

El 4 de octubre de 1800, el cura Bernabé Antonio Garrido bautizó a un niño nacido el 30 de septiembre, a las siete de la tarde. Le llamaron Gerónimo y era hijo de Agustín de Ermosilla (así figura en la partida bautismal, sin 'h'), de Santo Domingo de la Calzada, y de Catalina Aransaez, de Villarejo. Sesenta y un años después, alguien escribió, junto a las líneas que daban fe de su bautismo, «Este Sr. Hermosilla es el célebre obispo del Tonkin que fue martirizado el día 1 de noviembre del año 1861».

Dos párrafos resumen el principio y fin de una vida que los calceatenses recordaron ayer, como cada 19 de septiembre. Esta fecha se estableció en 1908 -dos años después de su beatificación-, con el rango litúrgico de «fiesta doble mayor», como recoge Pelayo Sáinz Ripa en su libro 'Jerónimo Hermosilla. Misionero y mártir riojano'. Ocho años después, el obispo aprobó los estatutos de la cofradía a él advocada.

La veneración sigue, incólume. Ayer, el obispo Carlos Escribano presidió la eucaristía oficiada en su memoria y la cofradía que encabeza la priora Rosa María Narro hizo otro tanto con los actos organizados fuera del templo, principalmente la procesión nutrida del tradicional cortejo, también engrosado, como es costumbre, por representantes de la cofradías de Hermosilla en Cordovín -el que fue segundo pueblo-, y de San Valentín de Berriochoa, de Elorrio, compañero de martirio, igual que Pedro Almató. En la procesión, enmarcada en una jornada muy calurosa, no faltó la jota que tradicionalmente canta Enrique Cerezo.

Un parque infantil y la degustación ofrecida por la peña El Salero, que repartió unos 90 kilos de chorizo, acompañados de pan, vino y zurracapote, además de la actuación del grupo Tamarindo, completaron el programa. Hoy, vuelta a la rutina.