Hay muchas frases que simbolizan la importancia que una mayoría, desgraciadamente no todos, dan a la naturaleza y, en concreto, a sus inquilinos mayores y más valiosos: los árboles. Martin Luther King, por ejemplo, escribió: «Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy ... todavía, plantaría un árbol». El escritor Alan Whitney Brown legó a la posteridad una frase tan ingeniosa como cierta: «Planta árboles. Nos dan dos de los elementos más cruciales para nuestra supervivencia: oxígeno y libros». Y a la maestra Lucy Larcom se le atribuye la máxima, «Quien planta un árbol, planta una esperanza». Otra reza: «El mejor momento para plantar un árbol fue hace 20 años. El segundo mejor momento es ahora». Por no obviar ese viejo proverbio que dice: «Tres cosas hay que hacer en la vida: escribir un libro, plantar un árbol y tener un hijo».
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Las frases son la teoría de una práctica que, en este caso, es imprescindible para el ser humano. Lo dice muy bien, en otra de ellas, el escritor Markku Envall: «Los árboles permanecen intactos si tú te vas, pero tú no, en caso de que se vayan ellos». El planeta necesita árboles. Sin ellos la vida en la Tierra sería muy diferente de como la conocemos, ya que desempeñan un papel vital en la regulación del clima. La deforestación es un gran problema de la humanidad. Los árboles aportan oxígeno, biodiversidad, agua, subsistencia... Son vida.
El club calceatense de montaña Sampol, cuyo medio de disfrute es la naturaleza y por ello su conservación le interesa y preocupa, lleva dos años organizando plantaciones de árboles –de encinas, en concreto, especie autóctona por antonomasia en la ciudad–, para intentar concienciar a los más pequeños, nuestro futuro, de la importancia de mantener e incrementar el ecosistema.
La última se llevó a cabo el pasado viernes en una parcela ribereña del Oja, con la imprescindible colaboración del retén de incendios, guardería forestal, representantes de la Consejería de Sostenibilidad y Transición Ecológica, maestros y voluntarios del Sampol. En ella participaron unos 180 alumnos de los colegios Beato Jerónimo Hermosilla y Sagrados Corazones y, al final de la jornada, el lugar contaba con unas doscientas encinas más, que afrontan su futuro con la esperanza de arraigar.
Son, junto con las que enraizaron en la edición anterior, las primeras del denominado 'Bosque de los nombres', porque los niños escribían el suyo en las piedras que rodeaban los nuevos retoños. Era un día muy frío, con la cencellada blanqueando la vegetación de la zona, pero el laboreo de niños y adultos insuflaba cierta calidez y, sobre todo, la sensación de estar haciendo algo positivo: que la concienciación eche raíces. Cada niño sensibilizado es un espaldarazo al futuro.
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