Tradición vestida de punta en blanco

La procesión se prologó con el flujo incesante de calceatenses, peregrinos y visitantes al 'Salón de las doncellas', donde los priores, Raúl Barquín y María Isabel de Castro, recibían todo tipo de felicitaciones por el gusto puesto en la decoración de la mesa que sirvió de base al almuerzo con el que obsequiaron a las 26 doncellas al término de la procesión. Una mesa muy de 'andar por casa', en el sentido de que casi todos sus ornamentos -réplicas en madera de la torre o de la ermita del Santo; fofuchas sobre las tradiciones y hasta la misma tarta-, habían sido realizados por familiares de los priores.

La expectación por la salida de las jóvenes volvió a arremolinarse en torno al remozado portalón de la Casa de la Cofradía del Santo, epicentro de las tradiciones locales, frente a la cual, al mediodía, fueron tomando posiciones todos los elementos y componentes de tan vistosa y singular procesión: el niño con la horca de la que cuelga una figura de pan, evocadora del peregrino ahorcado; dos burros con todos los ingredientes que se utilizarán en el almuerzo del Santo servido hoy; un carro de bueyes adornado de ramas de encina, que antaño llevaba la leña que proporcionaría la lumbre para preparar el condumio y hoy va cargado de niños; gaiteros y danzadores; las cofradías con sus pendones; las autoridades municipales y eclesiásticas y la banda municipal de música.

Con tirantes no se sale

Mientras, las doncellas recibían las últimas instrucciones sobre cómo debían actuar en la procesión. Entre otras indicaciones, el párroco y abad de la cofradía del Santo, Francisco José Súarez, en nombre de esta dijo que el próximo año no se permitirá participar en la procesión a ninguna joven que vista con tirantes; o manga media o larga, o nada señaló, entre alusiones al objeto del acto -portar el Pan del Santo- y el ajustamiento de la vestimenta al mismo.

Tras sus palabras, a las que siguieron algunos aplausos de cofrades, ellas descendieron por la escalinata que les llevó a integrarse con el paisaje. Por él avanzaron pausadamente, templando nervios sobre la marcha, hasta liberarse completamente de ellos a su llegada al Hospital del Santo, donde repartieron entre los abuelos los molletes que portaban sobre sus cestaños y se entregaron, en los jardines de la residencia, a la acostumbrada sesión de fotos con familiares y amigos. Después, el regreso, algo más raudo y también más sereno, más lleno de sonrisas, terminado el cual las jóvenes escribieron el punto (casi) final a una experiencia que recordarán toda su vida. Además, tuvieron suerte: poco después de terminar la procesión cayó un buen chaparrón.