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San Andrés ermerge con la salvaciónDe la hendidura del valle que protege Arnedillo surgían y desfilaban entre los rayos de sol columnas de humo. Discurría fresca la mañana este domingo a la vera del Cidacos, pero las hogueras prendidas por los vecinos no eran para calentarla. Eran para cumplir una tradición; para invocar una sabiduría popular y caminar juntos por un episodio que marcó el discurrir de la villa.
Eran hogueras de ramas de romero recogidas días atrás en los montes, humedecidas, prendidas y preparadas para avivarse y ahumar las calles al paso de la imagen de San Andrés. Todo con un propósito, purificar sus hogares, alejar la enfermedad.
El paisaje de Arnedillo era similar al de cualquier mañana alrededor de la festividad de San Andrés desde 1888. Una estampa que apenas varía año tras año. Una tradición y un arraigo que, junto al atractivo para tantas decenas de visitantes –y numerosos fotógrafos– que supone esta singular procesión, le valió ser declarada fiesta de interés turístico regional en 2013.
En octubre de 1888, una pandemia de viruela negra llenó de mortandad la villa. Lloraron con impotencia y dolor a 34 vecinos en dos meses. Y buscaron la protección en la unión de fe y ciencia. Acudieron a los siete santos que veneran en la villa, cada uno con una ermita en su honor. Les encendieron velas. La última en apagarse fue la de San Andrés. Era el llamado a ser el purificador del mal, a salvarles de la mortandad. Sacaron su imagen en procesión alrededor de la iglesia de San Servando y San Germán, ahumando a fieles y hogares con las hogueras de romero humedecido, sabedores de su poder desinfectante. Funcionó.
Desde entonces, los arnedillenses reviven cada año la Procesión del Humo, convertida hoy tanto en tradición religiosa como atractivo turístico. Una continuidad en el tiempo que sólo rompió otra pandemia, la del covid-19, que desaconsejó su celebración en 2020 y 2021. Recuperada el año pasado, las escenas tradicionales volvieron a vivirse este 2023 por segundo año consecutivo.
Con el repicar de las campanas de fondo, con una neblina ya bien perceptible en el ambiente, los cofrades salieron del templo con San Andrés a los hombros. A los pies de numerosas viviendas esperaban las hogueras. Cuando la imagen se acercaba, las hogueras hervían y el humo llenaba las angostas calles. Cegaba. Provocaba toses, lágrimas. Cumplía su función. Y la tradición.
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Alfonso Torices (texto) | Madrid y Clara Privé (gráficos) | Santander
Sergio Martínez | Logroño
Sara I. Belled, Clara Privé y Lourdes Pérez
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