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Eduardo Zuazo y Eduardo Villanueva volvieron a tomar café la semana pasada, como los dos buenos amigos que siempre han sido. Generalmente se llaman por teléfono dos veces al día para saludarse e interesarse el uno por el otro. Entre los dos suman 187 años. ... El primero tiene 91 años y 96 el segundo. Mucho tiempo vivido. Dicen que el diablo sabe más por viejo que por diablo. Ellos, además, son dos hombres cultivados; dos libros abiertos que cuentan la historia de una ciudad en primera persona y han vivido cosas que, hoy, rodeados de tantos adelantos y comodidades, pueden parecer increíbles. Por eso, hablar con ellos es un privilegio, por lo que tiene de enriquecedor.
Villanueva aún sigue publicando en Facebook sus 'Ecos de la Calzada', píldoras sobre la historia local. En persona no hace mucha falta tirarle de la lengua. Almacena muchísima información que va desgranando como si hubiera ocurrido ayer.
«¿Cómo se vivía antes, Eduardo». Y el casi centenario empieza a hablar y cuenta cosas, como que a principios de siglo no había agua corriente en la mayor parte de los pueblos del entorno ni tampoco en los barrios de labradores, por lo que había que sacarla de fuentes y pozos. Los váteres escaseaban y las defecaciones se hacían normalmente en las cuadras del ganado. Los cuartos de baño empezarían a aparecer a partir de los años 30-40.
También dice que el principal confort en las casas era la cocina de leña, que contaba con una amplia chimenea para la extracción de humos. Alrededor de la misma había asientos fijos de madera y allí, al calor del hogar, familiares y amigos se reunían. Era como la 'sala de estar'. Este sistema sería sustituido después por la cocina económica.
El brasero era otra pieza fundamental en las casas, y se colocaba bien en la mesa camilla o se utilizaba al acostarse, para calentar las camas. Para ello se utilizaba lo que se llamaba 'cisco', trozos de carbón vegetal a los que se le ponía a ceniza encima para conservarlos más tiempo calientes. Eduardo cuenta que los proporcionaban las 'pazuenguinas', mujeres de negro o ropa oscura que venían andando desde Pazuengos con su mula o macho cargados de sacos del material.
Hasta que empezaron a comercializarse los frigoríficos se construían en las casas unos recipientes orientados al norte, llamados fresqueras, en los que se conservaban mejor los alimentos.
También recuerda cómo en los bares en los que no había agua corriente lavaban los vasos en un caldero con un poco de agua y jabón que luego aclaraban en otro con agua más limpia.
Tampoco había centros de salud, como ahora, pero sí curanderos. Eduardo evoca una «muy buena» que había en el torreón de la calle San Roque, frente al que fue estanco de Aguilar. Donde no había dentistas hacían sus veces los barberos, que sacaban las muelas, más o menos limpiamente, con unos alicates.
En los techos de los autobuses de viajeros había unos asientos corridos de madera donde se alojaban los viajeros, sin cinturón ni nada, cuando el interior estaba totalmente ocupado.
En cuanto a las costumbres, Eduardo recuerda que entre 1936 y 1950 mucha gente iba a misa todos los domingos y fiestas de guardar. Al acabar la ceremonia era costumbre ir en cuadrillas de amigos a tomar el 'vermú de grifo', acompañado de un aperitivo. Eran famosos los espárragos del bar El queleño, las gambas rebozadas del bar España o el jamón del bar Somovilla. Cada bar tenía una especialidad.
Hasta que empezaron a usarse los aparatos de radio, dentro de las casas no había muchas distracciones y la gente joven acostumbraba a salir a pasear entre las ocho y las diez de la noche. Con buen tiempo –dice Eduardo– se caminaba por la entonces calle Villanueva (hoy Pinar) y, si llovía, por los soportales de la plaza de Tejada (hoy de la Alameda). También por el Espolón.
En el paseo del Espolón, la banda municipal de música daba su acostumbrado concierto durante nueve meses al año, y en verano era sustituido por bailables para la gente joven, de siete a nueve de la tarde. De dicho paseo recuerda que había dos terrazas: la del café Suizo, que se encontraba donde hoy están la de los bares Capota y Ferretería. Otra, del bar Xauen, se localizaba junto al quiosco de música.
Cuando llegaba la noche, la cena y pronto a la cama, puesto que no había más que hacer.
Son solo pinceladas de otros tiempos que las fotografías nos devuelven en blanco y negro, aunque tenían el mismo color que ahora. Tiempos difíciles en muchos casos, que acentúan el respeto debido a los mayores.
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