![Un pequeño y singular edén micológico en Ezcaray](https://s1.ppllstatics.com/larioja/www/multimedia/202010/29/media/cortadas/setas-grande-kWi--1248x976@La%20Rioja.jpg)
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Ezcaray no celebrará este año sus tradicionales Jornadas Micológicas, suspendidas por la asociación Amigos de Ezcaray debido a la pandemia del COVID-19. Ajenas a ello, las setas y la propia naturaleza prosiguen con sus ritmos, crecimientos y esporulaciones. Puede que un descanso, liberarles de la creciente presión recolectora, no les venga en el fondo ni tan mal. Si las condiciones ambientales no varían demasiado tras las últimas lluvias, la fructificación de especies fúngicas en las próximas semanas se prevé óptima, según los expertos.
El Valle del Alto Oja, con su amplia heterogeneidad de hábitats y ecologías variadas, ofrece a los hongos silvestres multitud de nichos para poder crecer, desarrollarse y expandirse. Micológicamente hablando, salvo excepciones, esta comarca no ofrece altas expectativas en cuanto a grandes cosechas de hongos comestibles apreciados. El técnico forestal y guía de montaña Juan José Arguisjuela asegura que, «si podemos destacar el Alto Oja, en lo referente al mundo de las setas, es porque precisamente atesora una notable micodiversidad, ligada siempre a la mezcolanza de ecosistemas y usos pecuarios que concurren en dicho ámbito territorial». En su trabajo de fin de carrera para la Universidad de Valladolid clasificó nada más y nada menos que unas 600 especies distintas. Carmelo Úbeda, en su libro 'Setas del Valle del Alto Oja', describe un total de 592. «Sin género de duda, indispensables estudios científicos, más profundos y detallados, podrían arrojar cantidades por encima del millar de especies de setas; considerable catalogación para un área natural no tan grande como cabría esperar», añade el experto.
Explica Arguisjuela que tal abundancia se relaciona directamente con la variopinta flora que vegeta en el Alto Oja. «Diferentes formaciones boscosas, de matorral y praderas favorecen semejante escenario», indica. Entre las extensas masas arbóreas que sirven de medio de vida a numerosos hongos, pone sus miras en las repoblaciones forestales de coníferas y, más en concreto, en algunas plantaciones testimoniales efectuadas con fines experimentales, en las que se introdujeron abetos foráneos y que ahora mismo dan cabida a una extraordinaria comunidad fúngica.
Entre ellas destaca el caso de una pequeña reforestación de abeto rojo (Picea abies), localizada cerca del paraje de Bonicaparra, en el término de Ezcaray. «A simple vista, este bosquecillo puede parecer enmarañado e intransitable, pero son precisamente el 'abandono' y la evolución natural a la que se ha visto sometido, las circunstancias que han contribuido a crear un microclima en su interior que recuerda mucho al de las taigas septentrionales; con húmedas y mullidas alfombras de musgo y pinocha tapizando el sotobosque, como algo único en nuestras latitudes y donde setas de todo tipo crecen a placer». De este hábitat proceden muchas de las especies que se muestran en la exposición micológica de Ezcaray, de las que resalta una gran variedad y riqueza en los géneros Cortinarius, Amanita, Clitocybe, Ramaria, Lepista, Mycena, Cystoderma, Lycoperdon, Agaricus, Lepiota, Gomphidius y un largo etcétera micológico.
Cuenta Arguisjuela que este singular abetal se acerca ya a la edad de los 40 años. La selvicultura, planificada y gestionada por los profesionales del gremio forestal, propondrá en breve el aprovechamiento maderable de este joven bosquete, tal y como se lleva haciendo para el resto de plantaciones de coníferas y que son taladas cada cierto tiempo para obtener una sustancial rentabilidad de las mismas.
Él y otros micólogos de prestigio, conocedores de la trascendencia de este enclave, advierten sobre la repercusión negativa que podría ocasionar el derribo generalizado de árboles, la compactación del suelo y la apertura de trochas o caminos sobre la productividad micológica que conserva este peculiar rodal de abetos. Dentro de las posibles actuaciones de gestión proponen «retirar algunos restos de ramajes y arbustos muertos acumulados en linderos como medida preventiva contra incendios, podar algunos pies, aplicar tratamientos sanitarios en el caso de que fuesen oportunos, o simplemente no intervenir, para estudiar de qué forma se transforma el medio con el paso del tiempo».
Al respecto añade que «esta joya de bosque nos brinda una excelente oportunidad para poner en marcha futuras líneas investigación en relación con la micología forestal aplicada, con el objetivo de integrar el valor multifuncional de los hongos silvestres en los tratamientos silvícolas que se aplican en los montes, asignatura pendiente dentro de las directrices de Gestión forestal sostenible y de la Red Natura 2000 que se desean implementar en el medio natural riojano».
En definitiva, no acabar con esa misteriosa relación simbiótica, de mutua ayuda y reciprocidad, por la que árboles, humus y hongos medran al unísono y con poderío en este singular bosque.
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