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En Brieva de Cameros, desde que dejó de subir el panadero ambulante, se echaba en falta algo con lo que acompañar las comidas. Esta situación se originó hace un par de años, cuando el aumento del precio del combustible destruyó la poca rentabilidad que otorgaba conducir este alimento a uno de los municipios más aislados de la comarca de Las 7 Villas.
Sin embargo, de aquella necesidad, los cortezudos hicieron virtud, y ahora disponen de la única panadería de toda la zona. La gestiona de manera altruista Carmen Téllez, una jubilada que no
cobra nada por esta labor. «Cierto día, nos juntamos varios vecinos con el alcalde y le planteamos que, sin pan, no podíamos vivir», explica Téllez.
Hasta entonces, los cortezudos se apañaban turnándose. Cada mañana iba uno a Baños de Río Tobía y subía barras para los 43 empadronados. Pero aquello se hacía duro, sobre todo en invierno, así que desde el Consistorio decidieron apostar por la idea de la panadería. Y, ante la ausencia de iniciativa privada, la solución llegó en forma de subvención.
«En primavera de 2023 presentamos nuestra aspiración de un local de venta de pan en Brieva, enmarcado en el programa de proyectos emblemáticos de dinamización del medio rural», relata Daniel Carrillo, alcalde del municipio. «Sorprendentemente, la idea gustó en el gobierno regional, y nos otorgaron 15.000 euros, solo para empezar», añade el regidor.
Con ese dinero, compraron un horno, varios congeladores y renovaron la instalación eléctrica del centro de jubilados de Brieva, que es donde se ubica la panadería. Sin dudarlo, la mencionada Carmen Téllez se hizo cargo del servicio que, de momento, funciona martes, jueves y sábados. «A partir de la semana que viene vamos a abrir todos los días, porque la población se multiplica en verano e, incluso, hornearé también bollería», comenta ilusionada esta antigua empleada de Iberia, reconvertida, sin recibir un duro, a panadera.
A un precio de 1,10 euros, ahora mismo se venden allí unas 25 barras diarias, de dos tipos distintos, que cada vez ganan más adeptos entre los vecinos. «Estoy encantada, aunque igual engordo un poco», cuenta riéndose Isabel, mientras se lleva un par de chapatas. «Si sobra, lo guardo de un día para otro, o va para las ovejas», apostilla. Rodolfo, que pisa su pueblo de estío en estío, se emociona. «Es bonito volver y ver que abren negocios», finaliza.
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Alfonso Torices (texto) | Madrid y Clara Privé (gráficos) | Santander
Sergio Martínez | Logroño
Sara I. Belled, Clara Privé y Lourdes Pérez
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