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La tradición de vivir el día de San Juan por todo lo alto pervive con gran fuerza en Nájera y sigue emocionando a todos los que disfrutan de esta atractiva jornada en la localidad, además de dejar boquiabiertos a turistas y novicios.
En este 2024 cayó en lunes, lo que otorgó cierto respiro en cuanto a la masificación de las calles, que en los dos años anteriores se había descontrolado completamente. Esta vez, los vecinos sintieron que estaba la cantidad justa de gente, lo que dio pie a que el día se viviera con bastante alivio y comodidad.
12.30 A esa hora, comenzaron a sonar los primeros acordes en el quiosco ubicado en el centro del paseo San Julián.
15.35 La entrada de la banda a la calle Mayor resultó tardía pero, una vez dentro, se desarrolló con velocidad.
17.15 Los músicos terminaron a esa hora de tocar y dieron pista libre a las discotecas de la zona de la calle Villegas.
Como siempre, San Juan arrancó con los típicos almuerzos. A los najerinos les costó y mucho despegarse de las sábanas, pues hasta pasadas las 11 de la mañana no se veían muchas cuadrillas asando. Seguro que más de uno se extralimitó en la víspera con eso de 'la última y me voy'. Con o sin resaca, cientos de personas se acercaron al quiosco del paseo San Julián a dar las habituales Vueltas al ritmo que marca la banda de música. Desde las 12.30 horas, sonaron con estruendo los acordes de 'La verbena de la Paloma', 'Manolé', 'El baile chino' o 'El molinero de Subiza'.
Este año, los 40 músicos estrenaron polo verde, prenda que viste a familias enteras que pasan el instrumento de generación en generación. Un caso llamativo es el de los Arza, cuyo abuelo Amancio tocaba hace décadas los platillos, su hijo Jesús heredó ese compromiso con Nájera y ahora es el nieto Axel quien se inicia en estos lares. «Es un orgullo formar parte de la agrupación y poder gozar de las fiestas desde este lado», relataba Axel.
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Otro integrante, Ignacio, también de los muchachos de la banda, expresaba en términos similares su satisfacción por ponerle sonido a las Vueltas. «Es el sueño de una vida», decía. La responsabilidad les embriaga. Por el contrario, varios de sus compañeros, bien curtidos, no resistieron la tentación de dejar los instrumentos por unos instantes y acoplarse a la marea humana que bailaba y saltaba.
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Cuando terminó la porción castiza, la del quiosco, la música se encaminó hacia la calle Mayor en un trayecto que se alargó en torno a los 90 minutos. Sobre las 15.35 entró la marabunta a la estrecha vía. De manera sorprendente, ese tramo fue bastante rápido y limpio. «Ha ido como la seda», comentaba una clarinetista. La atávica emoción de lanzar y ver caer barreños de agua desde las terrazas dejó, un año más, escenas costumbristas, pintorescas y divertidas.
Ya a las 17.15, concluyó la gran fiesta musical en la plaza de España y cada cual fue libre de elegir si ir a casa a descansar o de copas a la zona de pubs de la calle Villegas. La mayoría de jóvenes se decantaron por la segunda opción y alargaron la juerga hasta altas horas de la noche.
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