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JAVIER ALBO
Jueves, 18 de febrero 2021, 17:59
El cerro Mirabel apunta al cielo pero mira al valle en 360º, como una perfecta atalaya. No en vano, lo fue. Sobre su accesible cima, solo ocupada hoy por un hito, se levantó un pequeño castillo –probablemente una torre con algún tipo de empalizada defensiva–, ... desde el que se divisaba todo. Basta con subir hasta ella para comprobarlo. A sus pies, en impagables vistas, queda buena parte de La Rioja Alta y de 'La Riojilla burgalesa'. Mirabel lo llaman, que para unos es 'mirada bella' y para otros 'mira villa', en referencia al municipio al que pertenece, que se ve desde las alturas con sus tejados y calles arracimadas.
Mirabel, el Castillo o, simplemente el cerro, son algunos de los nombres que recibe el monte por los lugareños. Visto desde arriba se muestra como una gigantesca ensaimada, de círculos concéntricos alrededor del espacio semicuadrado que lo corona, sobre el que en la noche de los tiempos se levantaba la pequeña fortificación, de cuya empalizada aún quedan en el lugar algunos restos.
Queremos saber más sobre este lugar y recurrimos a Juan Ibáñez, doctor en Historia Moderna por la Universidad de La Rioja y grañonero de corazón, apasionado por todos los temas históricos que conciernen a la villa.
Ibáñez inicia su viaje en el tiempo aludiendo a algunos estudios que apuntan a algún tipo de ocupación anterior durante la Edad del Bronce, quizá, relacionada con el culto al sol o a la luna, muy importantes en la tradición celta, en este caso, berona.
Después, camina ya sobre terreno seguro al hablar del castillo, que «fue una fortificación de frontera que tuvo un papel de cierta relevancia desde la conquista musulmana hasta la anexión definitiva de los territorios de la actual Rioja a la Corona de Castilla en el siglo XIII». El historiador cuenta que el lugar fue en su día «el punto más occidental del dominio musulmán de los Banuqasi, una familia muladí –cristianos convertidos al Islam–, que hundía sus raíces en la aristocracia visigoda e hispanorromana y que dominó el valle medio del Ebro entre los siglos VIII y X».
De ellos relata que en el año 889 construyeron la primera fortaleza en el cerro, hasta que en el año 922 fueron expulsados y el castillo pasó a ser la frontera del reino asturleonés. «Mirabel mantuvo durante unos decenios este papel en la frontera leonesa, hasta que aprovechando la crisis interna del reino el conde Fernán González se declaró con autonomía política en el monasterio de San Pedro de Cardeña en el 932. Desde el principio se tituló señor de Grañón, por lo tanto, Mirabel está en el núcleo del primer condado castellano», subraya.
Añade Ibáñez que durante los siglos siguientes Mirabel siguió siendo un importante lugar de control de la ruta que unía el valle del Ebro con la meseta castellana a través de los montes de Oca, motivo por el que fue un dominio disputado entre navarros y castellanos. Matiza que no hay que imaginarse un gran castillo residencial o de acuartelamiento sobre el cerro de Grañón; que aquello debió más bien una torre de vigilancia o un «punto de control», que formaba parte de un grupo de fortalezas, junto a las de Ibrillos, Cerezo, Cellorigo, Foncea etc, algunas con más entidad que otras.
Ahí siguió, hasta que –cuenta– perdió definitivamente su sentido con el triunfo castellano en el reinado de Alfonso VIII (1158-1214), cuando la frontera se mudó al río Ebro y a las localidades de San Vicente de la Sonsierra, Davalillo, Labastida o Laguardia. «En ese momento se abandonaría el cerro, al mismo tiempo que Alfonso VIII dio un impulso definitivo a la actual villa de Grañón con la concesión de un fuero real. Y es que en torno a Mirabel se localizaron distintos barrios y monasterios, entre ellos el de San Juan, situado en el emplazamiento de la actual iglesia parroquial, germen de Grañón», explica.
El cerro forma parte de la identidad del pueblo, que lo mira cada día y con el que comparte una larga historia. En el pueblo nadie lo llama como 'la teta de Grañón', por su forma, algo que sí hacen los vecinos de los municipios cercanos.
Él, como muchas otras personas de la localidad, ha escuchado a sus mayores contar curiosas historias y leyendas sobre el lugar, como la del tesoro que dejaron enterrado los moros antes de irse precipitadamente, o la de un platillo volante que permanece allí oculto, dando forma al cerro.
También hay quien refiere la existencia de pasadizos que comunicaban el castillo con el pueblo. «Es del todo imposible, ya que, durante buena parte de ocupación del castillo, el pueblo de Grañón todavía no había sido fundado donde hoy lo conocemos. Además, estas historias se refieren al barrio de Santiago, el más próximo al cerro, que fue el último en construirse», indica.
Lo cierto es que hay personas que afirman haber estado dentro de una pequeña cavidad justo debajo del único muro que se conserva de la empalizada que protegía la torre. «Puede haber muchas explicaciones a ello, sin ir más lejos las madrigueras de los tejones pueden tener unas dimensiones muy notables», dice.
También ha escuchado historias que cuentan que, durante la destrucción del castillo por parte de las huestes del Cid Campeador, este perdió una de sus legendarias espadas, la Colada, durante el asedio. Y añade: «Efectivamente, el Cid invadió las tierras riojanas que pertenecían al conde de Nájera García Ordóñez, quien era conocido como 'el Crespo de Grañón', desde la taifa musulmana de Zaragoza en el año 1092, pero no tenemos pruebas de que perdiera la espada aquí, o al menos, todavía no la hemos encontrado».
Mirabel sigue a la espera de que algún día se descubran los muchos secretos que encierra.
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