El Teatro Avenida, ese modernizado 'cine de los de antes', cumplirá en el 2021 siete décadas de vida, ocasión que brinda un repaso por una historia, no siempre «de película».
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Sus antecedentes hay que buscarlos en el 'Teatro calceatense', edificio que abrió sus puertas en 1922 y las entornó, definitivamente, sobre el año 1956, vendiéndose a las Madres Bernardas que construyeron en el solar que ocupaba el actual hostal que la orden regenta. Allí se estrenó, el 9 de abril de 1943, el juguete cómico en dos actos 'Rioja Alta', compuesto por Leopoldo Vallés, con letra de V. Miguel Zaldo. Salvo un telón cortafuegos, poco ha sobrevivido de aquel edificio en el que los calceatenses aliviaban las penurias de la difícil posguerra.
Fue el matrimonio formado por Simeón Murga –fundador de la línea de autobuses Logroño-Santo Domingo– y Norberta Medrano, junto a su hijo José Luis y su nuera Pilar Chavarri, quienes apostaron por un nuevo cine local, el Avenida. El proyecto inicial es obra de Agapito del Valle y en él se incluían tanto viviendas como cocheras para albergar los autobuses del propietario.
Su construcción fue ciertamente compleja. Las obras se iniciaron en 1945 y se desarrollaron en medio de una gran escasez de materiales –cemento y hierro sobre todo– lo que obligó a variar parte de lo establecido en el primer proyecto, sustituyendo unos materiales por otros. Por ejemplo, se hablaba de colocar «mármol en vestíbulos y escaleras principales, pavimento en tarima en patio de butacas y de mosaico en palcos, pasos y sala».
Durante su construcción, hubo tres cambios de contratistas y dos interrupciones. El 29 de abril de 1951, por fin, abrió sus puertas, pero solo como cinematógrafo. Lo hizo con la película 'El halcón y la flecha' protagonizada por Burt Lancaster y Virginia Mayo. Diez años después lo haría como teatro, también, con la obra 'Andalucía en rock', una «fantasía lírica moderna» en la que abría el cartel la actriz protagonista de 'Bienvenido Mr. Marshall', Lolita Sevilla.
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Su andadura a punto estuvo de terminar en 1975-1976. Ante la baja rentabilidad del negocio, sus propietarios habían vendido en 1968 el edificio a la Caja Provincial de Ahorros de Logroño, que, a su vez, lo alquiló a diferentes empresarios hasta que, mediando una gran movilización ciudadana contra los planes que apuntaban a su derribo para construir viviendas, el Ayuntamiento se hizo con él, afortunadamente.
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