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Detrás de una hija y sus problemas siempre hay una madre y, como asegura Arantxa Carrero, «ni mi hija ni ninguna persona deberían tener problemas de formación por una discapacidad».
Arantxa cuenta que llegaron a Haro cuando Mónica tenía dos años de edad. La escolarizaron ... fue en el colegio Virgen de la Vega, donde solo contaba con la ayuda de una logopeda durante una hora al día. Arantxa recuerda que «se volcó en ayudar a Mónica, pero desconocía el LSE (lenguaje de signos) y la comunicación con los profesores era imposible». Al no existir ningún centro en La Rioja destinado a alumnos con esta discapacidad, el responsable de Educación le dio la solución que pasaba por escolarizar a la pequeña en el colegio de educación especial en La Grajera. Su reacción fue de incredulidad en aquel momento.
«Tuvimos que irnos de La Rioja porque mi hija no podía estudiar aquí», afirma. El destino fue un colegio especial para sordos en Loiu, en Vizcaya. Mónica sólo tenía cinco años. Al cabo de dos años este centro cerró y se tuvieron que trasladar a Labastida para matricular a la niña en un centro de Vitoria en el que se había incluido un equipo multidisciplinar para deficientes auditivos.
Cuando terminó la ESO, Mónica Morales hizo un grado medio en Vitoria en Artes Gráficas. La dificultad para encontrar trabajo por su situación le condujo a matricularse en un grado medio en Mecanizado, en el centro privado Jesús Obrero de Vitoria, donde contó con un intérprete. Sin embargo, las empresas donde acudió Mónica le exigían el grado superior. De esta forma, la estudiante decidió matricularse en la Politécnica de Mondragón para hacer el superior y continuar formándose.
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