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Javier Albo
Martes, 27 de junio 2017, 00:31
Cristina Julián Urbina es una calceatense que, como muchas otras mujeres, un día debió enfrentarse a la extirpación de sus pechos por unos malditos tumores que dejaron de responder a otros tratamientos. Pasó siete veces por el quirófano antes de someterse a dos mastectomías radicales. ... De ellas salió ya reconstruida, pero le faltaba algo: «Se intentó hacer una reconstrucción del pezón con mi propia piel, pero se necrosaba siempre, lo que, estéticamente, iba empeorando mi situación», recuerda. Fue entonces cuando le hablaron de la posibilidad de tatuarse la areola y el pezón.
El cirujano plástico le facilitó el contacto de una tatuadora. Varias sesiones, viajes... El presupuesto le salía por 1.700 euros. «En ese momento estás tan psicológicamente hecha polvo, porque ves que tienes ahí un muñón con una cicatriz enorme, que te gastas 1.700 euros y hasta te quitas de comer si hace falta por arreglarte los pechos», dice, sin entender muy bien el por qué de ese precio desorbitado. «Si tatuar una rosa cuesta 60 euros, ¿por qué una areola vale 700 euros?», se pregunta.
En España, la Seguridad Social cubre la reconstrucción de las mamas, pero no la micropigmentación oncológica. Solo algunos hospitales públicos la ofrecen de forma gratuita. En la plataforma de recogida de firmas change.org ha habido iniciativas para que también se incluyan en el catálogo de prestaciones de la Seguridad Social, al entender que, además de física, la cura también debe ser emocional.
Cristina se sentía mal, pero, siendo como es una joven muy vitalista, positiva y valiente, no tanto como para pagar esa cantidad. Y esperó. Han pasado seis años desde que se operó, hasta que recientemente volvió a a retomar la idea. A través de su marido, por casualidad, dio con Ibán, del estudio 'Voodoo Tattoo', de Haro, que se ofreció a hacérselo gratuitamente. De nada sirvió la insistencia de la pareja en pagarle.
«Cerró el estudio para hacérmelo, para que estuviera relajada, y lo hizo con un tacto y un cariño increíble», señala. Ahora, Cristina se siente genial, plena, sumamente agradecida. «Vuelvo a tener un pecho», dice tras su tatuaje. Su hijo de cinco años le palpó varias veces, incrédulo de que fuera un dibujo. «Parece real a más no poder», dice orgullosa de su obra en 3D. Cuarenta minutos que le han devuelto, sobre todo, «seguridad». Vuelven para ella los escotes.
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