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La sierra de La Demanda eleva su inmensa mole cientos, miles de metros, sobre el nivel del mar. La parte riojana de la misma tiene su punto más alto en el pico San Lorenzo, que con sus 2.271 metros es también la segunda cima más elevada del sistema Ibérico, solo superada por el Moncayo. La cadena montañosa cuenta, en total, con 32 cotas que superan los 2.000 metros de altitud.
Como zona de influencia oceánica que es, las precipitaciones en primavera e invierno son abundantes. Ello propicia la recarga de los arroyos que parten de ella, a los que la pendiente imprime velocidad e ímpetu en su busca del llano y del mar. En ese bravío peregrinar, con la licencia de conferir al agua un imaginario instinto en pos de su destino, los lechos fluviales se abren camino con la fuerza de su propia gravedad, ahondando viejos cauces y arañando terrones de suelo a barrancos que lo son por la insistencia del agua durante siglos.
El resultado son grandes avenidas naturales en mitad del bosque. Esos son sus dominios; el itinerario que fluye repartiendo vida por doquier, porque el agua es eso, vida física pero también emocional, entendida esta como esa sensación interior, reconfortante, que produce su visión y el sonido –no confundir con ruido– que fabrica en su raudo tránsito.
Naturaleza en estado puro y un regalo para los ojos y oídos de quienes se adentran en esos dominios de la madre tierra, de los que la sierra de La Demanda y su entorno está lleno. Lo saben bien quienes buscan en ella una desconexión del mundanal ruido y se adentran en ese paréntesis en el que la vida parece pausarse, transformarse, para llenar al visitante de sensaciones positivas.
El mapa de La Demanda está lleno de rincones terapéuticos, maravillosos, más o menos conocidos, en los que la caprichosa orografía ha creado bonitos y/o espectaculares saltos de agua cuya pervivencia ya amenaza la canícula, aunque rebrotarán allá en otoño, cuando la pluviosidad vuelva a recargar los lechos.
Algunos de ellos se reparten entre la media docena de kilómetros que conforma el tramo más transitado –excesivamente, a veces, por obra del 'boca a boca' de las redes sociales– del barranco de Usaya, conocido por senderistas y montañeros como 'Los siete puentes', por los pasos de madera que lo cruzan.
Arranca en Azárrulla y, si se continúa por la misma carretera, la aldea de Posadas puede ser un punto de partida, también, de refrescantes rutas llenas, como la anterior, de saltos de agua. El barranco del Ortigal, por ejemplo, pone el broche al ascenso con una caída de agua de decenas de metros.
Por el entorno del Llano de la Casa los rápidos se suceden igualmente y la orografía esconde alguna cascada de difícil acceso, que suele ser visitada por aficionados a la espeleología.
Hay muchos otros saltos de agua, algunos escondidos en la profundidad de la sierra, y varios, de dominio más o menos público. Junto a la abandonada, aunque no olvidada, aldea de Cilbarrena, su famoso chorretón también llena muchas tarjetas fotográficas, igual que el barranco del Cárdenas, donde, si se eligen las fechas idóneas, el paseo se convierte en un festival del agua.
Otro sorprendente salto, sobre todo por el lugar en el que se ubica, es la cascada del río Ea, entre Foncea y Fonzaleche. Es como un oasis entre campos de secano en los que, hasta llegar a ella, su presencia parece imposible.
Lugares preciosos y, sobre todo, dignos de todo respeto. La mayoría desaparecen en verano.
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