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Ezcaray fue ayer un libro abierto sobre setas y hongos, ojeado a lo largo de toda la mañana por miles de personas. En realidad, más que de un volumen se trataba de una enciclopedia completa, porque las 27 Jornadas Micológicas convirtieron a la villa riojalteña, otro año más, en una fuente del saber y en punto de encuentro de parte de lo más versado en la materia en muchas leguas. No es extraño, por tanto, que la localidad volviera a revalidar como destino regional de preferencia en base a un programa que aunó respuestas, no solo a la curiosidad o a las dudas de este mundo -complejo por diverso, y por ello peligroso-, sino también al ocio y a la gastronomía.
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No está siendo nada buena la temporada para los aficionados a la micología. La mayoría de las cestas están en el dique seco, sin saber lo que es llenarse, pero, aún así, la exposición de las jornadas que organiza Amigos de Ezcaray consiguió reunir 340 especies, que se dice pronto pero no ha resultado nada fácil. De ello habla Carmelo Úbeda, coordinador de las jornadas: «Ha sido un verano muy caluroso y seco, lo que ha dificultado la salida de las setas. Por eso, creo que es un gran mérito conseguir este número de especies, posible gracias al esfuerzo de toda la gente que colabora cada año con nosotros. Estamos muy cansados, pero también muy contentos».
A expensas del devenir meteorológico, los aficionados no deben perder la esperanza, porque la temporada puede reconducirse. «Creo que se van a coger boletus y muchas cosas todavía. Si no hiela y no sale el viento Sur, el monte está en buenas condiciones para que salgan setas», aseguró Úbeda.
Además de su objetivo didáctico, las jornadas también ponen el acento en los sabores, bien a través de los pinchos de setas que la propia organización brinda o de las irresistibles barras y menús de muchos establecimientos de la villa, envuelta de ambiente micológico por sus cuatro costados. Los visitantes se hacían fotografías junto a los enormes ejemplares de cartón-piedra que decoraban sus calles. «Con estos y un chuletón a la medida ya tendríamos para comer hoy», bromeaba alguien junto a unos boletus edulis de más de dos metros de altura. En la plaza del Conde de Torremúzquiz un montón de inquietos gnomos repartían caramelos junto a sus casas-seta con jardín incluido -pena que no había ninguna en venta-, y, justo al lado, alumnos del Ceip San Lorenzo exponían algunos ejemplares junto a manualidades y dibujos que han realizado en las aulas, huelga decir que micológicas. Algunas de ellas merecieron los premios que entrega la asociación para fomentar la afición.
También se contó con un puesto del Centro Tecnológico de Investigación del Champiñón de La Rioja. (CTICH), que suscitó mucho interés, desde el que se informaba sobre su cultivo. En otros puntos se vendían libros y láminas micológicas, productos culinarios, tales como aceites con sabores, calendarios... Además de ver, alguien tuvo la suerte, mediante sorteo, de proveerse de todo un equipo setero, que venía ya, incluso, con el vino para el almuerzo y unos boletus edulis que quitaban el hipo. Un programa para echar esporas y quitarse el sombrero.
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