Cuatro décadas sirviendo truchas

Cuando aún no se habían puesto tan de moda las degustaciones, en Bobadilla se inventaron una manera de promocionar uno de los productos que darían fama a la localidad y pusieron en marcha el festival de la trucha. De eso ayer hizo ya cuarenta años y aún sigue concitando la atención de cientos de riojanos que acuden a la villa al reclamo de un buen bocadillo de trucha fresca y recién frita como es debido: sobre aceite de oliva bien caliente y dejándola hasta que ella misma salga a flote, lo que -según los cocineros voluntarios de la localidad- es síntoma de que está en su punto.

Bobadilla, bañada por las aguas del río Najerilla, ya era conocida, al menos entre los aficionados a la pesca en agua dulce, por sus apreciadas truchas del coto de Anguiano. Pero más tarde se puso en marcha una piscifactoría junto a dicho cauce y bajo el pueblo, y de ahí surgió la iniciativa de organizar este festival.

Sea como fuere y cuarenta años después de haber arrancado, ayer la localidad se volvió a llenar de visitantes que dieron buena cuenta de en torno a 2.200 truchas fritas, con su pan y su vino. Desde el mediodía, el personal se fue acercando a la villa y, tras obtener el vale y la jarrita de barro, iba pasando por la fila para que el grupo de voluntarios locales -imprescindibles a la hora de sacar adelante el evento-, pusieran en sus manos los bocadillos.

Los conocedores del tema, antes de llevárselo a la boca procedían a retirar las espinas del pescado, labor que en esta especie resulta bastante fácil, ya que ambos lomos se pueden desprender de una manera sencilla, otra de las buenas cualidades de este pez a la hora de degustarlo. Sin espinas, las truchas eran consumidas entre el pan a modo de bocata.

Además, varios puestos ofrecían la posibilidad de comprar productos artesanos y, para remate, una treintena de cocineras optaron a la mejor elaboración con trucha como condimento central.