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El expiloto de coches Abel Baquerín (Logroño, 1953), que entre otros títulos ganó la subida a Clavijo o que quedó subcampeón de España de montaña en el año 2000, disfruta de la jubilación en Ojacastro, donde no quema ruedas pero sí piernas, a golpe ... de paseos.
– En el año 2018 publicó un libro sobre la historia del automovilismo en La Rioja. ¿Cuál es el presente de este en la región ahora mismo?
– Digamos que el presente está a ralentí. Se mantiene con una Federación Riojana; se hacen muchos rallies de tierra, pero lo que es asfalto ha decaído absolutamente. Esta tierra ha vivido momentos de oro, como fue el criterium Citröen Rioja, al que venían pilotos de élite. También se hicieron pruebas de montaña, aquí mismo en Valdezcaray, de carácter internacional. Actualmente esto ya no existe.
– De todas las competiciones en las que participó, ¿cuál recuerda con más agrado?.
– La prueba a la que más cariño tenemos todos los riojanos es, sin duda, la subida a Clavijo. Fue una subida mítica, que nos gustaba ir a ver, participar y, si era posible, ganar. Y la gané, lo que para mí fue la mayor ilusión del mundo. En ella vi a mi padre participar, y a otros pilotos, y ganarla fue muy especial.
– ¿Sigue vinculado al mundo del automovilismo?
– Indirectamente sí. Hace unos días estuve en una carrera de coches clásicos en Santander y vi a muchos amigos, como Bernardo Cardín. A nivel de apoyar y ayudar al mundo del deporte sigo activo, pero sin vehículo. Este año teníamos previsto organizar en Ezcaray en octubre una reunión social de pilotos de élite de antaño, en la que iban a participar la crème de la crème del país, pero la pandemia la va a dejar sobre la mesa.
– ¿Le gusta pisar el acelerador?
– En determinados momentos sí, sobre todo si puedo entrar a un circuito libre. En carretera siempre he sido prudente, no tengo apenas sanciones de tráfico. Me gusta ir normal y cuando veo alguna bestialidad me cabreo.
– Ha cambiado los neumáticos por las piernas, porque le gusta mucho pasear por Ojacastro, donde reside...
– La relación con Ojacastro viene por mi mujer, que es nacida aquí. Desde prácticamente novios venía aquí todos los fines de semana para recargar las pilas gastadas en la ciudad porque es un lugar precioso y tranquilo donde relajar la mente y el cuerpo.
– El pasado 9 de septiembre se cumplió el aniversario del fallecimiento en accidente de avioneta de su padre, Felipe Baquerín, de Eduardo Choliz y de Gabriel Alberola, en el I Rallye fotográfico Aéreo del Norte de España. Cuarenta y tres años después, ¿qué pasa por su cabeza?
– La tristeza de no saber qué ocurrió en aquella avioneta y que, quizá, mi padre podría estar aún con nosotros. Verlo un día y al día siguiente desaparecer fue muy duro, pero también una enseñanza y un esfuerzo que he tenido que sobrellevar toda la vida, pero que me ha dado fuerzas para tirar hacia adelante. Mi padre fue un gran apoyo, tanto profesionalmente como de amistad. Yo era un joven recién casado y teníamos proyectos juntos que se rompieron.
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