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A la izquierda, Pedro Luis Madorrán Sáenz, apoyado en el mostrador de madera que desde el año 1931 conserva La Española. A la derecha, Ernesto Madorrán, junto a clientes y familia, en el interior de la tienda, y Anamari Sáenz (ya fallecida) y su hijo Pedro, detrás del mostrador, en 2008. I. Á.
El 'títere' de la calle Grande se despide

Calahorra

El 'títere' de la calle Grande se despide

El histórico comercio de La Española, fundado en 1931, baja hoy por última vez la persiana con la jubilación de Pedro Luis Madorrán, la tercera generación del negocio

Isabel Álvarez

Calahorra

Sábado, 2 de diciembre 2023, 09:12

El tiempo se detiene al entrar en La Española. «Está todo igual», presume orgulloso Pedro Luis Madorrán, la tercera generación de una familia de comerciantes de Calahorra, que en 1931 abrió una pequeña mercería al cobijo de los portales de la calle Grande. Desde entonces: mismo escaparate, mismo mostrador, mismas estanterías, mismas baldosas, mismo letrero... «Lo que no tengo es el maniquí», repara Pedro Luis al mostrar la fotografía en blanco y negro que conserva de la primera época de la tienda. «El de la izquierda es mi padre, y el de la derecha, mi abuelo, que era director del banco Hispano Americano», va señalando, deteniéndose unos segundos en el cuarto rostro de la escena por la derecha, para aclarar que lejos de lo que pueda parecer a simple vista «no es una persona sino el maniquí».

Pedro Luis, que hoy sábado echa el cierre definitivo a la última tienda histórica de la calle Grande de Calahorra, lleva al frente del negocio desde 1998. Antes lo hicieron sus padres, Ernesto y Anamari. Y mucho antes, «el primo de mi padre que en 1931 fue el abrió el negocio hasta que una tía suya, Victoria Madorrán, se la quedó cuando (el fundador) murió de tuberculosis». «Ella falleció en 1962 y fue entonces cuando mi padre, que ya trabajaba como dependiente, se hizo con ella», relata. ¿Por qué el nombre de La Española? «Al lado había una tienda que se llamaba Camisería la Inglesa y se ve que mi familia dijo, pues nosotros la Española», explica.

A sus 64 años, Pedro Luis se jubila después de haber visto pasar la vida detrás de un mostrador. Porque, aunque hasta 1998 trabajó como contable para varias empresas de Calahorra e incluso como auxiliar de veterinaria para el Gobierno de La Rioja, se crió entre tejidos, albaranes y un constante entrar y salir de señoras y señores que llegaban a la tienda buscando un pañuelo, una boina o una bata para no mancharse en el trabajo. «Se vendían cosas que ahora no se venden, como corcho para las fundas de las almohadas o unos alfileres que se ponían en los cuellos de las camisas para que estuviesen tiesos». «También, se vendía lana y perlé. Pero con mi padre, la tienda se especializó en camisería y ropa interior», recuerda.

«Es una pena, pero hoy la calle Grande está muerta. La gente se ha ido a vivir a otras zonas y solo sube de vez en cuando»

En aquellos años la calle Grande «era lo mejor de Calahorra». Estaba llena de comercios, de gente... En definitiva, de vida cotidiana. Por tener, tenía hasta un hotel; el Moderno, en el que se hospedaban los proveedores. «Los viajantes que venían a la tienda eran como de casa. Llegaban con baúles cargados y tenían tanta confianza en nosotros, que las dejaban aquí y se iban a dormir al hotel», rememora.

Pedro era entonces un crío extrovertido, de los que no paraba quieto. «Era el 'títere' de portales. Me iba a una tienda, luego a otra...», cuenta de esa época. Sus padres atendían a la clientela y él, como cualquier niño, disfrutaba cuando le dejaban hacer alguna de las tareas de los mayores. «Yo siempre quería envolver lo que compraban. Dejadme envolver a mí», les rogaba a sus padres. El establecimiento proviene de su familia paterna, pero lo cierto es que siempre se vinculó a su madre, a quien cariñosamente le apodaron como 'Anamari, la Española'. «A mi padre hasta le sentaba mal...», confiesa.

La calle Grande es su «vida». Por ello le duele tanto el vacío en los locales donde antes se vendía ropa, perfumes, calzado, juguetes... «Estaba la Casa Miranda, Piluka, la perfumería Gil, el Olmo, los Aragoneses...», enumera entre los muchos comercios que llenaron estos espacios. «Es una pena, pero hoy está muerta. Esto pasa porque los calagurritanos tenemos lo que nos merecemos. La gente se ha ido a vivir a otras zonas y solo sube de vez en cuando», lamenta.

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