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En la calle del Sol (en el número 6) Cecilia era el nombre que buscaban los novios, novias, madrinas y demás acompañantes para encontrar el vestido con el que ir al altar en una época en la que las bodas religiosas se celebraban a pares. Aquella boutique nupcial hoy al menos se puede recordar por su rótulo en dorado y alguna referencia en los buscadores digitales. Porque el comercio en el casco antiguo de Calahorra, y al revés de lo que le sucede a Shakira, ya no factura. La falta de relevo generacional y el declive del barrio histórico calagurritano han hecho que el caso de la Boutique Cecilia sea sólo un ejemplo entre muchos.
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Tiendas y negocios de toda la vida siguen bajando persianas sin nadie que apueste por ellos, mientras los vecinos (principalmente los que residen en las calles a partir de la línea que marca la plaza del Raso hasta el Arrabal) se tienen que acostumbrar a vivir sin una frutería, una carnicería o una cafetería cerca. «Es que las tiendas ya no las quieren los hijos», sentencia Maricarmen, vecina del Rasillo de San Francisco, a pocos metros del local de una panadería cuyo letrero no pasa desapercibido al paso por la calle San Andrés. El rótulo preserva la memoria de El Bollo, que «daba también a la Enramada», apostilla.
Aunque cerrada a cal y canto desde hace años, Maricarmen y su marido Josemari Cruz guardan bien en su memoria muchos detalles del negocio. «El abuelo (el fundador) era una panadero que se llamaba Juan Subero y tenía una trilladora de trigo, donde está ahora el 'Lupa' (en General Gallarza)», rememora Josemari. La panadería fue testigo además de las estrecheces y la falta de suministros de la posguerra en España: «Cuando (vivían) nuestros padres, llevabas la masa para hacer el pan y nos daban unos vales para media barra, una entera...», relata.
Las hijas del panadero continuaron después con el negocio «hasta que se jubilaron y se acabó», lamenta el matrimonio. «Una se llamaba Pili, pero la otra...», intenta recordar Maricarmen, ahora echa especialmente en falta la carnicería Sampedrano, abierta desde 1945 hasta el año pasado. «Yo lo quiero a morir», remarca Maricarmen del dueño.
Aún así, y pese a la falta de actividad comercial y el éxodo de muchos calagurritanos del casco antiguo, ella presume de sentirse «encantada de vivir aquí». «Siempre digo que si tuviese mucho dinero arreglaría todas las casas viejas», afirma al pensar cómo en los últimos meses un derrumbe sucede a otro, y las calles de la zona histórica se tienen que conformar con locales vacíos y letreros, que ya solo evocan recuerdos. Como los de la 'ronda de bares' que llenaba de jóvenes el casco antiguo los fines de semana y de la que queda el rótulo del Coyote, o del restaurante de La Taberna (1981-2023). Y también, las huellas del Pipa (plaza de la Pastelería), la mítica La Española (Grande) o El Chapela (calle Pastelería).
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