Otra pasión de Semana Santa

Ocho pequeñas bolas se lanzan a través de la mesa con la ayuda de un rodillo. El objetivo es meter pares (dos, cuatro, seis u ocho). Así el tirador hace buena y gana el dinero que se 'cubre' encima de la mesa. Sin limite de apuesta, sólo lo que quieran apostar los que están alrededor y lo que quiera cubrir el tirador. En la actualidad, miles de euros; antaño encima de la mesa se han visto llaves de coches, relojes e incluso «una vez uno se jugó un carro de coliflores», recuerda Daniel Beisti, que desde hace años es el jefe de mesa del Casino Principal. «Nadie recuerda haberlo visto pero se cuenta que dos vecinos se jugaron una habitación del piso, pero de eso tiene que hacer muchos años...», dice. A sus 84 años es el que pone orden en el local. La autoridad de estas dos noches. Miel y limón a toneladas le hacen falta cada año para recuperar la voz perdida en estas dos jornadas trepidantes.

Ni siquiera los años más duros contra las apuestas, en la época del franquismo, pudieron con este sencillo juego de envite que necesita de algo de habilidad y mucho de suerte. La única condición: la prohibición total de que las mujeres asistan ni siquiera como simples espectadoras. Y una costumbre: parar en el momento de la procesión del Santo Entierro y también, desde hace menos años, en el momento de la Escenificación. Algunos este año habrá vuelto a hacer caja y se habrán llevado un sobresueldo; otros no habrán tenido tanta suerte.