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Un niño de la calle es un menor que vive, duerme, come, trabaja en la calle y que no hay ningún adulto que responda de él». Es la descripción que, después de veinte años a su lado y buscando ser su esperanza, da el misionero arnedano Alfonso Ruiz de la realidad que encuentra día tras día en Yaundé, la capital de Camerún.
Después de que en 1968 pasara 23 años ayudando a poblados pobres en el Chad y 4 en Douala, la ciudad de mayor población de Camerún, le destinaron a la capital para intentar reconducir y dar una segunda esperanza a los niños de la calle. Decidió ser uno de los pocos que atraviesan esa frontera para ayudarles de forma permanente a través de la Asociación Hogar de la Esperanza.
«Salen de sus casas con problemas familiares, arrastran problemas psicológicos... La mayoría están perdidos para la sociedad, no podrán reincorporarse... Pero nuestro objetivo es su reinserción familiar y/o social a través de la formación», relata.
Para llegar a ellos, Alfonso formó parte del paisaje de la calle. Un hombre blanco y calvo llamaba la atención en las calles de Yaundé. De tanto estar a su lado, dejó de ser un extraño. Dos veces por semana en las calles. De día. De noche. «Al final, todos me conocen, me saludan y vienen a mi encuentro», asiente. Gracias a ese contacto, junto a su grupo educador, les invita a acudir a los dos centros de escucha que la asociación ofrece. Pueden lavar la ropa, jugar, ver la televisión, realizar actividades, comen. «Llega el momento en el que se sienten en confianza y te cuentan su historia... He sabido el nombre de alguno cuatro años después», apunta Ruiz.
Calculan que hay 3.000 niños de la calle en Yaundé. Tras ellos hay historias muy duras, colecciones de malas decisiones, de circunstancias adversas. De abusos, violencia, pobreza. Recientemente han celebrado el primer doctorado por la Universidad Católica de uno de sus niños; también otros han entrado en prisión; otros se han quedado en la calle y difícilmente superan los 35 años.
La asociación también cuenta con hogares de estabilización, internados que recogen niños para escolarizar, revisar su salud, etc. hasta que contactan con las familias y se muestran favorables a acoger. «Acogemos a los niños el tiempo necesario para que vuelvan a casa, pueden ser días, pueden ser años», describe. Para los mayores de 17 años que no han podido volver a su entorno, la asociación cuenta con un internado para darles formación técnica durante tres años, como carpintería, albañilería...
Tras 53 años en África, Alfonso Ruiz ha pasado unos días en Arnedo antes de regresar a Yaundé. A volver a ayudar a esos niños. «No puedes mirar a otro lado. Es un trabajo difícil, pero tocas la humanidad... en lo bueno y en lo malo», asiente.
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Alfonso Torices (texto) | Madrid y Clara Privé (gráficos) | Santander
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