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Como todos, el cementerio municipal de Alfaro está lleno de historias. La mayoría, íntimas y particulares. Otras, que trascienden incluso a leyenda, como la del enamorado que se convirtió en el único enterrado de pie de todo el país. Entre ellas, el afán de ... Miguel Ángel Medel, amante de la historia alfareña, ha llevado a poner nombre y dignidad al lugar donde está enterrado uno de los nombres ilustres alfareños, el del polifacético Ramón López de Montenegro y Frías de Salazar.
La curiosidad por conocer llevó a Medel hace cinco años ante el umbral de una capilla muy deteriorada en el primer patio del camposanto. Estaba sin nombres, sin referencias. Su curiosidad por desentrañar la historia alfareña le llevó a asomarse a su ruina. Al interior. Encontró un nombre: Ramón López de Montenegro y Frías de Salazar, el periodista, escritor, actor y dibujante nacido el 14 de abril de 1877 en Zaragoza y fallecido de septicemia en Alfaro el 14 de septiembre de 1936, mientras veraneaba con su mujer y sus dos hijos. Autor de numerosas obras y artículos, de notable presencia en Madrid, su amistad con Miguel Primo de Rivera –cuya mujer Casilda Sáenz de Heredia era de Alfaro– le llevó a ser nombrado gobernador de Zamora.
«Me sorprendió que apenas unos pocos supieran que era la capilla de una familia tan importante», cuenta Medel. Buscó el contacto, conocer si la familia había renunciado o donado la capilla. Llegó a una sobrina de Ramón López de Montenegro, pero no supo detallar de quién era la propiedad. Pese a ello, Medel presentó la idea de restaurarla a los presupuestos participativos del Ayuntamiento. A raíz de esta iniciativa, la brigada municipal de obras limpió y rehabilitó la capilla, rehabilitando su techo y dejando una ventanita para asomarse a su interior.
«Esta familia ha formado parte de la historia de Alfaro. Nacido en Zaragoza, él se sentía alfareño –relata Medel–. La familia tenía dos casas, la del Planillo, de los Frías de Salazar y la de Santa Lucía, que fue cedida por la familia para la primera escuela de los hermanos de La Salle en el inicio del siglo XX, antes de que tuvieran su edificio. Y Ramón tenía una obsesión, los franciscanos, y ayudaba todo lo que podía a la congregación; era un gran benefactor».
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