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Pío García
Jueves, 6 de noviembre 2014, 17:50
Cuando visito una ciudad, me gusta recorrerla de noche y en silencio. Las luces crean una escenografía fantasmagórica, casi irreal, y los edificios parecen adquirir una consistencia inédita, como si estuvieran animados por algún fuego íntimo. Por el día, en cambio, todo resulta más ... prosaico y pedestre: hay furgonetas que pasan con un alboroto de bocinas, gente que trabaja, señores que hablan a voces, niños que corren, colmados que venden garbanzos, casas anodinas y como aburridas de existir
Este fin de semana afrontamos la penúltima entrega de la serie La Rioja de cabo a rabo, patrocinada por Bankia. El sábado recorremos Cuzcurrita y Ochánduri. El domingo llegamos a Tirgo y Sajazarra
En los pueblos riojanos, por lo común tan pequeños y despoblados, la macilenta luz eléctrica también engendra paisajes nuevos e inquietantes, profundamente evocadores. Un escritor dotado para la intriga podría montar toda una novela sobre esa imagen de una solitaria cabina telefónica sin teléfono que brilla en la noche de Tormantos. La estampa de la luna colgada sobre el Puente de Hierro, en Logroño, parece salida de la imaginación de algún pintor romántico, quizá como turbulento fondo de un cuadro con motivos bíblicos (una huida a Egipto o un Adán y Eva en el paraíso). La luz blanquecina, el suelo mojado y los palacios de piedra gris en Corera se conjugan para ofrecer una imagen de nostalgia y melancolía, llena de ecos y de olvidos.
A veces merece la pena esperar para ver cómo el paisaje cambia en un instante. El fotógrafo Justo Rodríguez y yo aguardamos casi una hora en Villoslada de Cameros a que el Ayuntamiento encendiese las farolas, al filo de las nueve y media del noche. Era mayo o quizá junio. Empezaba a refrescar. Los puntitos de luz brotaron entonces como luciérnagas, cuando todavía no era noche cerrada y el sol se resistía a desaparecer tras las montañas. De pronto Villoslada dejó de ser un municipio de orgulloso pasado ganadero y se convirtió en un pueblecito de cuento infantil, en Hamelin o en la aldea de Hansel y Gretel.
En esta magnífica galería de Justo Rodríguez podrán ustedes comprobar que, en contra de lo que dice el refrán, por la noche no todos los gatos son pardos.
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