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Pío García
Jueves, 23 de octubre 2014, 12:22
Hay una Rioja que se derrama a la orilla izquierda del Ebro. Una Rioja hecha de piedra, viña y silencio; una Rioja hidalga que se acuesta bajo los picos acerados de la Sierra de Cantabria y que aún recuerda lejanas épocas de fronteras, castillos ... y batallas medievales. Son tres municipios que se cuelan como un gato curioso en territorio alavés y que tienen algo de embajada o de avanzadilla o tal vez de señal de que las fronteras (incluso las más obvias) son meros inventos administrativos que mucha gente se toma demasiado en serio.
Briñas es un río. Ningún municipio riojano vive tan de cerca el Ebro. Se diría que Briñas moja los pies en sus aguas verdosas, turbias y solo aparentemente pacíficas. Hay un paseo con piedrecitas, jalonado de embarcaderos, que serpentea entre patos y cisnes. Desde aquí se aprecia la elevada estampa de la iglesia, a la que se accede por una escalinata versallesca. Está encaramada a un cerro, como si la hubieran aupado sobre los hombros de algún titán para contemplar a gusto el paisaje.
San Vicente de la Sonsierra es un castillo. Una fortaleza arriscada, que otea el valle entero con una soberbia de latifundista. Las obras de consolidación han fijado admirablemente las ruinas y el edificio ya no parece estar deshaciéndose, convirtiéndose en arena, como hace unos años, sino que ha recuperado al menos un ápice de su antigua altivez. Desde aquí se ve el puente medieval por el que cruzaban guerreros o mercaderes, según las épocas y los casos. Los cronistas visitaron San Vicente a la incierta luz del crepúsculo y la cámara de Justo Rodríguez supo captar ese momento cálido y enigmático del ocaso, cuando las sombras comienzan a invadir sigilosamente el castillo. También les alcanzó el día para recorrer, ya entre tinieblas, la ermita románica de Santa María de la Piscina, evocadora de un tiempo de cruzadas y creencias enfebrecidas.
Ábalos es un blasón. Hay en sus palacios una gravedad de muchos apellidos y un sonoro eco de caballeros de linaje limpio. Su iglesia, una de las más destacadas del renacimiento riojano, sorprende por su portada, con esas tres figuras que parecen encarceladas en un trébol, y por su apabullante retablo.
Hay que visitar la Sonsierra. Hay que cruzar el Ebro y caminar sin prisas por los tres municipios riojanos de la margen izquierda: Ábalos, Briñas y San Vicente (con las pedanías de Peciña y de Rivas de Tereso). Hay que comer en alguno de sus buenos restaurantes y beber su vino de terciopelo. Mientras buscan el día apropiado, como aperitivo, aquí les sirvo una estupenda galería fotográfica de Justo Rodríguez.
(*) La serie La Rioja de cabo a rabo apura ya sus últimos capítulos en la edición de papel. El próximo sábado, recorreremos Cihuri y Casalarreina. Y el domingo visitaremos Haro.
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