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¿Quién sabe distinguir, hoy en día, el gañir de un zorro o el silbar de los autillos? La naturaleza es la mejor sala de conciertos de nuestro planeta, un auditorio rico en graznidos, ladridos, arrullos, crocoteos, zumbidos, maullidos, croares, ronroneos, gruñidos, gañidos o aullidos, pero entre la vida silvestre y la sociedad hay demasiado ruido. Tráfico, construcción, ocio nocturno… contaminan el paisaje sonoro hasta silenciarlo.
Es tal nuestra 'sordera' natural que cuando nos confinaron en marzo de 2020 algunas personas se sorprendieron al comprobar que al otro lado de su ventana había un verdadero concierto salvaje. «La gente me decía: ¡en mi barrio hay pájaros! ¡Ha vuelto la naturaleza! Pero no es que volviera, ya estaba ahí, debajo de ese estruendo que es nuestra vida cotidiana», declara Carlos de Hita, especialista con más de 30 años de experiencia en la grabación del sonido de la naturaleza y del paisaje sonoro y autor del libro 'El sonido de la naturaleza' (Anaya).
SEGOVIA
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Uno de esos pájaros que escuchábamos al otro lado de la ventana durante el confinamiento pudo ser un estornino. Esta ave de mediano tamaño tiene un gran repertorio vocal, al ser capaz de imitar el sonido de los animales de su entorno. «Así, los estorninos que viven en pueblos cacarean como gallinas, maúllan como gatos y crotoran como cigüeñas, mientras que aquellos que viven cerca de lagunas incluso parpan como los patos», cuenta de Hita. En el audio se escucha a un estornino imitar primero a una cigüeña blanca, y a continuación a esta; después su imitación del canto del gorrión común, seguido del canto original; y así con la grajilla, la corneja, la chova piquirroja, el milano real, la oropéndola, el mochuelo y el autillo.
De Hita atesora un vasto repertorio de sonidos naturales de toda España y asegura, con convencimiento de causa, que «la primera señal de alarma de la crisis ambiental es el empobrecimiento del paisaje sonoro. Lo primero que falta en un paisaje cuando existe una amenaza son las voces de los animales, y así ocurre en las partes del mundo más avanzadas industrialmente, donde la humanidad ha invadido y destruido el medio natural a marchas forzadas, desplazando a la naturaleza», lamenta.
Él mismo ha notado ese cambio en su trabajo. Si antes le costaba obtener una grabación de la fauna silvestre sin el bullicioso zumbido de las abejas de fondo, ahora de lo que no se deshace es de las interferencias sonoras de la industria (aviones, turbinas, parques eólicos, tráfico rodado…). «Escuchar la naturaleza no solo es una fuente de disfrute, también te permite saber cómo evoluciona un paisaje. En las últimas décadas, tal como han podido comprobar los científicos, la mitad de los animales de Europa han desaparecido. Es decir, de cada 10 codornices que cantaban hace 30-40 años hoy quedan 3; de cada 10 tórtolas que había, hoy quedan 4, y a las abejas, los grillos y, en general, a los insectos, se les escucha mucho menos», afirma.
GUADALAJARA
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Existen muchas teorías sobre la finalidad del zumbido de las abejas. Una de ellas, elaborada por Lilach Hadany, investigadora de la Universidad de Tel Aviv, es que fomenta la polinización, pues cuando las flores detectan estas vibraciones aumentan temporalmente la concentración de azúcar de su néctar para atraer su atención. Además, las abejas reina tienen una voz propia, el llamado 'canto de la reina' o 'piping', en la jerga apícola, que se puede apreciar claramente incluso entre el bullicio de la colmena.
La naturaleza, en cambio, no se da por vencida y lucha por hacerse oír. Muchas aves urbanas, por ejemplo, como el ruiseñor o el carbonero común, han aumentado exponencialmente el volumen de su canto en comparación con otros ejemplares de su misma especie que habitan en el campo. Es su forma de adaptarse para sobrevivir, dado que «la función principal de la producción de sonidos en los animales es la comunicación. Con ello, los machos, envían información esencial de la especie a la que pertenecen, de modo que las hembras les reconozcan, les encuentren, se produzca el apareamiento y la especie se mantenga», explica Rafael Márquez, responsable científico de la Fonoteca Zoológica del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC), una biblioteca divulgativa y de investigación de sonidos de la naturaleza que cuenta con más de 45.000 grabaciones de más de 11.000 especies diferentes.
Además de para buscar pareja, los animales se comunican para marcar el territorio, como hacen los pájaros carpinteros al taladrar los troncos de los árboles; advertir de algún peligro o, simplemente, para la interacción social. Asimismo, para los depredadores, el sonido de sus presas les ayuda a detectarlas. Lo fascinante es que la evolución ha dotado a cada una de las especies de un lenguaje propio, de forma que cada una produzca sonidos con frecuencias y armonías diferentes y originales. Por ejemplo, los estudios experimentales han demostrado que los animales pequeños utilizan frecuencias más altas que los grandes, y también que los mamíferos y pájaros de gran tamaño se comunican a más distancia que los pequeños.
Las alas también hablan. En la mayoría de las especies de aves, el batir de las alas es un sonido que carece de utilidad, pero otras lo han añadido a su lenguaje y emplean el aleteo como forma de comunicación. Por ejemplo, «cuando los patos viajan en la penumbra o en plena oscuridad, lo hacen envueltos en el débil siseo que emite la punta afilada de sus plumas más externas. Esto les sirve para mantener contacto auditivo entre los miembros de la bandada, y así pueden avanzar a oscuras, en formación cerrada y sin chocar entre sí», cuenta de Hita.
Esos cambios en las conductas animales han podido detectarse, en gran parte, gracias a las grabaciones del paisaje sonoro, cuyas aplicaciones prácticas son numerosas. Por ejemplo, a nivel investigativo, sirven para realizar estudios comparativos y para hacer censos. «Cuando descubres una nueva especie, y ocurre a menudo, es obligatorio depositar el clip sonoro de su canto en una fonoteca, para que esté disponible para otros científicos que estén estudiando especies y puedan comparar sus voces. Por otra parte, a la hora de hacer censos, hay muchas especies que no hay manera de verlas a simple vista para contabilizarlas, pero escucharlas es mucho más fácil. Eso aplica, por ejemplo, a casi todas las ranas, los grillos y las cigarras», dice Márquez.
SEGOVIA
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Pequeños pero… muy sonoros. Como el tamaño no les acompaña para hacerse oír, los anfibios recurren a resonadores o amplificadores para realzar su voz. «La mayoría de las especies tienen uno o dos sacos de piel en la garganta, los sacos gulares, que vibran al llenarse de aire y generan ese sonido peculiar, similar al que se produce al frotar la membrana tensa de una pandereta o de un globo», explica de Hita. Un recurso que, además, ofrece una segunda aplicación práctica, la de cantar bajo el agua.
Asimismo, en algunos casos se emplean las grabaciones para tratar de encontrar especies desaparecidas. «Hay muchos animales que cantan de forma muy esporádica, por ejemplo, solo en la época de celo, pero que responden a su propio canto cuando lo escuchan. Por eso, la técnica del 'playback' puede ser útil para encontrar especies que no se sabe si se han extinguido o no. Se reproduce la grabación y se espera a ver si el animal responde», explica el especialista de la Fonoteca Zoológica.
LEÓN
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Es una de esas especies a las que parece que algún día tendremos que buscar con la técnica de 'playback'. Tal es la amenaza que sufre el urogallo que, en su libro, de Hita escribe sobre ellos en pasado, porque en el lugar donde grabó el canto del animal (allá por la década de los 90) ya no queda ninguno. La especie afronta la extinción y, a pesar de que se han implantado todo tipo de medidas correctivas, su regresión no frena. «Para mí su canto, sin duda, es la voz de la naturaleza salvaje y amenazada, el testimonio inapelable de la magnitud de la crisis a la que nos enfrentamos», expresa de Hita.
Otros usos de estas grabaciones son: la sonorización de documentales sobre naturaleza a programas de radio, instalaciones sonoras en centros de interpretación, aplicaciones de móvil de identificación de cantos de aves o libros con códigos QR para escuchar los paisajes que te está describiendo el texto. A eso destina de Hita su trabajo. «Mi objetivo es contarle a la gente cómo suena la naturaleza, cuál es su voz, para que sepan entender qué sucede hay fuera por medio de los sonidos, porque un paisaje no se conoce del todo hasta que no se escucha su banda sonora», sostiene.
El problema, según de Hita, es que «la gente solo escucha lo que le interesa», y la naturaleza parece no ser una prioridad. «No es que no escuchemos. En realidad, cada vez escuchamos más (música, cine, mensajes de audio…), pero el hecho de que los sonidos de la naturaleza, que son los que han acompañado a la humanidad durante toda su historia, se hayan convertido en exotismos, significa que la gente hace oídos sordos a los mensajes de la naturaleza».
BADAJOZ
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Nos costó mucho tiempo, por ejemplo, escuchar la llamada de auxilio del lince, que se libró de la extinción, por muy poco, gracias a un apresurado proyecto de conservación. El escaso número de ejemplares que había años atrás dificultó mucho a de Hita la tarea de grabar sus maullidos. Hoy en día la especie ha proliferado. En 2002 quedaban menos de 100 ejemplares y ahora hay más de 1.000 viviendo en libertad en la Península Ibérica. Aún no podemos afirmar que la especie está fuera de peligro, pero la WWF augura que, si todo va bien, este objetivo se alcanzará en la década de 2040.
Si dirigiésemos más nuestros oídos hacia la naturaleza sabríamos, por ejemplo, que su concierto nunca es el mismo. «No hay dos lugares que tengan la misma banda sonora. No hay dos momentos del día que suenen igual. No hay dos días del año que tengan la misma sonoridad. La estacionalidad, la temperatura o la hora influyen en los sonidos de la naturaleza», asegura de Hita.
Él nos invita a salir al aire libre, porque la verdadera banda sonora de la naturaleza está en el exterior, no en una 'playlist'. «A escuchar la naturaleza se aprende con la práctica y, además, es un gran ejercicio intelectual, dado que escuchar un sonido y saber quién o qué lo produce es todo un desafío». Eso sí, la paciencia es fundamental, pero como dice de Hita: «Una buena espera nunca decepciona».
VALLADOLID
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En una de esas largas esperas de Hita acabó inmerso en una manada de lobos que aullaron a su alrededor durante un minuto. Un instante que tiene grabado y que atesora. «Si me preguntan con qué momento en la vida en la naturaleza me quedaría, sin duda, diría ese», dice. En su opinión, el aullido del lobo es uno de los sonidos más incomprendidos de la naturaleza. Su lenguaje ha nutrido oscuras leyendas, muchas de ellas relacionadas con su amenaza a los ganados. Sin embargo, «su aullido también habla de un animal noble y leal a los suyos, que pasa la noche entre lamentos de tristeza en el lugar donde fue abatido un compañero o salta los muros de los corrales para recuperar la piel, puesta a secar, de una loba muerta», destaca de Hita.
Y no lo olvide, no solo los animales tienen su propia voz, la naturaleza nos habla de muchas formas. De hecho, uno de los sonidos más apreciados por muchas personas es el de las olas del mar, la consecuencia directa de la fuerza del viento.
La escala de Beaufort mide la intensidad del viento basándose, principalmente, en la fuerza de este, el estado de la mar y forma de las olas. Está dividida en 12 intensidades, desde la calma, en la que la velocidad del viento es inferior a 1 km/h, y el temporal huracanado, caracterizado por vientos de 103 a 117 km/h, enorme oleaje y visibilidad casi nula. Excepto esta última, de Hita ha grabado todas las demás en distintos puntos de España y las ha recopilado en este audio.
Texto Elena Martín
Audio Carlos de Hita
Ilustraciones Francisco J. Hernández
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