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mauricio-josé schwarz
Lunes, 19 de septiembre 2022, 14:36
La gran mayoría de los científicos sueñan con hacer una aportación singular al conocimiento humano, que su nombre quede fijado en la historia junto a otros distinguidos bienhechores. Algunos, en cambio, deciden poner sus conocimientos al servicio de la destrucción. Es el caso de los físicos que han trabajado en la creación de armas nucleares en muchos países, o el de Fritz Haber, que después de sintetizar el amoniaco, permitiendo la creación de fertilizantes artificiales, participó en el desarrollo del gases venenosos para la Primera Guerra Mundial.
Otras veces, el científico realiza descubrimientos que parecen valiosos y benéficos, para descubrir más tarde que ha propiciado algo bien diferente. Le pasó a Thomas Midgley Jr. no una, sino dos veces.
Thomas Midgley Jr. Nació el 18 de mayo de 1889 en el pequeño poblado de Beaver Falls, Pennsylvania, hijo único de Hattie Emerson y Thomas Midgley, un inventor que había inmigrado desde Londres.
Graduado en 1911 como ingeniero mecánico en la prestigiosísima Universidad de Cornell, para 1916 estaba trabajando en la General Motors donde redescubrió su pasión por la química y abordó uno de los problemas que afectaban a los automóviles de entonces, el 'knocking' o golpeteo, nombre que se daba al autoencendido que se produce cuando la mezcla de una gasolina de bajo octanaje (poca resistencia a la compresión) y aire estalla antes de lo debido o lo hace de manera irregular en distintas bolsas de aire dentro del cilindro, lo cual frena al motor en lugar de impulsarlo, produciendo un sonido de golpes. Este defecto de la combustión puede estropear el motor en poco tiempo.
La idea era encontrar un aditivo para la gasolina que ayudara a hacer uniforme la combustión, y Midgley se dedicó a probar aditivos de compuestos preparados recorriendo la tabla periódica, hasta que alguien le envió una muestra de tetraetilo de plomo, una sustancia que había creado en 1853 el alemán Karl Jacob Löwig. Esta sustancia permitía una mayor compresión de la gasolina y resolvía el problema, además de que era un buen negocio ya que se podía producir a muy bajo coste.
El problema era que el plomo de la sustancia era expulsado al medio ambiente por el escape del vehículo… y el plomo es venenoso. Esto no debió ser una sorpresa para Midgley, porque varios trabajadores de la empresa que se instaló para producir el aditivo sufrieron envenenamiento por plomo, igual que el propio inventor.
Pero Midgley estaba convencido de que estos envenenamientos se debían a la gran cantidad de plomo que se usaba en la fábrica, pero que las pequeñísimas cantidades de plomo expulsadas por el motor no representarían un problema de salud pública, y así lo defendió hasta el fin de su vida pese al desacuerdo del Servicio de Salud Pública de EE UU. En las décadas siguientes, la gasolina con plomo sería una presencia común en todo el mundo.
Para 1930, el inventor estaba abordando un nuevo problema: los gases que se usaban en la refrigeración, como los de las neveras de su empresa General Motors, eran un peligro. El dióxido de azufre era corrosivo para la piel y las mucosas, mientras que el formato de metilo era altamente tóxico al inhalarse y además era inflamable. El amoníaco y el propano que también se usaban eran igualmente peligrosos y causaban graves accidentes cuando se producían fugas de las tuberías de los dispositivos. Su misión fue buscar un gas refrigerante no tóxico, no inflamable y sin olor que se pudiera usar en la refrigeración industrial y en el aire acondicionado. En muy pocos días determinó que el mejor candidato era el diclorodifluorometano, que se comercializó con el nombre de freón. Fue el primero de los varios clorofluorocarbonos que en los años sucesivos se utilizarían en la refrigeración y la climatización, además de usarse como propelentes en aerosoles y como solventes.
Por este trabajo, la Sociedad de la Industria Química le otorgó la Medalla Perkin en 1937, que se añadía a otros reconocimientos de la Sociedad Química Estadounidense y a su inclusión en la Academia Nacional de Ciencias, que llegó a presidir.
Honesta o no, la idea de Midgley de que el plomo lanzado a la atmósfera era tan poco que no podía causar problemas de salud se enfrentó a estudios cada vez más numerosos que mostraban que el uso de este metal y su toxicidad, conocida desde la antigüedad, era un factor importante en problemas de salud, entre ellos cardiopatías, accidentes cerebrovasculares y cáncer, además de afectar al desarrollo neurológico, sobre todo en niños. Algunos estudios incluso apuntaban que redujo el cociente intelectual medio de 5 a 10 puntos. Otros cálculos hablaban de 1,2 millones de muertes al año directamente causadas por el aditivo de Midgley.
El mundo finalmente actuó contra la gasolina con plomo, y para 1984 se había eliminado de las bombas de combustible de los Estados Unidos. El Banco Mundial pidió su prohibición en 1996 y la Unión Europea la prohibió en el 2000. En 2021 los últimos litros de gasolina con plomo del mundo se suministraron a un vehículo en las gasolineras de Argelia.
Pero si todos los daños causados por el plomo podían haber sido previsibles, no era así con los de los clorofluorocarbonos, que se liberaron a la atmósfera tanto en forma de aerosoles como al vaciar dispositivos de refrigeración, además de que su inhalación directa podía causar otros problemas de salud.
No todo el trabajo de Midgley fue así. A lo largo de su vida se le concedieron 117 patentes y trabajó en la Segunda Guerra Mundial investigando la composición de la goma sintética y natural, y desarrollando combustibles para aviones. Creó también un método para extraer bromuro del agua de mar.
En 1974, cuando se producía alrededor de un millón de toneladas anuales de clorofluorocarbonos en el mundo, los químicos Sherry Rowland y Mario Molina publicaron un artículo que correlacionaba la emisión de estas sustancias con la reducción de la capa de ozono de nuestra atmósfera, que protege a la Tierra de los rayos ultravioleta del sol. Esta capa se adelgazaba sobre todo en el Polo Sur, formando el llamado 'agujero de ozono'. Desde 1976 se empezó a prohibir la producción y uso de clorofluorocarbonos salvo para aplicaciones médicas y con enorme control. En 1994 cesó la producción de estos compuestos y el agujero de ozono se ha recuperado en gran medida.
Midgley no llegó a ver esto. En 1940, ya con 51 años, se contagió de poliomielitis y perdió el uso de las piernas. Siempre inventivo, diseñó un sistema de cuerdas y poleas con el cual se podía levantar de la cama y volver a acostar sin ayuda. Sin embargo, el 2 de noviembre de 1944, se enredó con las cuerdas de su invento y murió por estrangulación.
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