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Terry Basterra
Miércoles, 10 de noviembre 2021
El pasado 10 de octubre se volvió a avistar una gran ballena azul frente al Abra, a unas 20 millas mar adentro. Con una longitud aproximada de 30 metros no era la primera vez que este enorme ejemplar se paseaba por aguas vizcaínas. Su aleta ... dorsal de color blanco la delataba. Había sido fotografiada cinco años antes también por una de las embarcaciones de Verballenas. Y como ahora la vieron a principios del otoño.
No es excepcional que el animal más grande del planeta se deje ver por la costa vasca. De hecho siempre ha estado aquí. Incluso se cazaba en el pasado. La bahía de Bizkaia es conocida como uno de sus puntos de parada habitual, según indica la bióloga marina Cristina Claver, integrante de Ambar, la Sociedad para el Estudio y la Conservación de la Fauna Marina. Lo que no se sabe es si se detiene para descansar en sus migraciones de las aguas árticas a las tropicales o lo hace solo para alimentarse siguiendo los bancos de kril.
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Y es que hay muchas cosas que se desconocen de este animal oceánico y sus desplazamientos. Pero también otras muchas que se saben. Todo es grande en él. Su corazón tiene el tamaño de un coche pequeño y «en su aorta entra una persona», apunta Claver. Las hembras son de mayor tamaño que los machos. Durante el invierno les gusta permanecer en aguas templadas o cálidas y en el Atlántico Norte hay una población estimada de 500 ejemplares que se desplaza desde el Antártico hasta Senegal.
Son animales solitarios, aunque también se les puede ver en pareja o con sus crías. También es posible observar grupos en zonas donde identificadas como propicias para su reproducción o con alimento abundante como son Canarias o Azores. Precisamente ambos archipiélagos son buenos puntos para su observación por su lejanía de las placas continentales y la cercanía de aguas de gran profundidad de sus aguas, como explica la experta.
Son longevas, aunque no se conoce con exactitud cuánto viven. Este es uno de los aspectos sobre los que falta suficiente información. La bióloga marina indica que se estima que unos 90 años. Tampoco se sabe con exactitud cuántas crías tienen a lo largo de su vida, aunque Claver sostiene que la opinión extendida es que en torno a dos. «Son animales que tienen una gestación muy prolongada y luego pasan años junto a la cría hasta que ésta se separa de la madre. Este es uno de los motivos por los que se reproducen poco. Para estas ballenas tener una cría supone una inversión de energía durante mucho tiempo», explica.
Prueba de ello es que su población precisa de mucho tiempo para recuperarse tras la caza que sufrieron durante cientos de años. Su habitual soledad es otro de los motivos que dificulta su reproducción. De ahí que en ocasiones se apareen con ejemplares grandes de rorcual común y surjan cetáceos híbridos entre ambas especies.
La complejidad y el enorme coste económico que supone hacer el seguimiento de uno de estos ejemplares durante décadas es uno de los motivos que dificulta saber más de unos animales que viven lejos de la costa y pasan buena parte del día sumergidos. Como mamíferos marinos que son carecen de branquias y necesitan subir a la superficie para respirar.
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Hasta donde se conoce la azul no es una ballena que descienda a grandes profundidades ni realice inmersiones demasiado prolongadas. Eso es más habitual de los cachalotes o los zifios de Cuvier. La dieta es la que marca la diferencia. Mientras estas dos especies tienen dientes y se alimentan de grandes calamares, la ballena azul come principalmente kril. Y este pequeño crustáceo suele permanecer a una profundidad de unos cien metros durante las mañanas y al atardecer suben a la superficie. Las ballenas azules les siguen.
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¿Cuáles son los peligros que les afectan? No tienen grandes depredadores así que el principal, destaca Cristina Claver, es el hombre a través de varias acciones. Una de ellas son los grandes buques mercantes y los choques que se producen con estos cetáceos en alta mar que, en su mayoría, no se registran. Por ejemplo en Canarias las colisiones entre los ferris y cachalotes han tenido gran repercusión por la sucesión de muertes entre estos cetáceos. Otro peligro son las fuertes emisiones acústicas que emiten las explotaciones mineras de profundidad. El tercer gran riesgo es la pesca masiva de kril en áreas del Antártico y si esto puede afectar a las existencias de alimento de las que se nutre esta ballena. Claver advierte que «puede darse la circunstancia en el futuro de que llegue al Antártico después de un largo desplazamiento y que se encuentre que no hay alimento».
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