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Mauricio-José Schwarz
Sábado, 27 de agosto 2022, 01:12
Todo comenzó con un fragmento de un dedo meñique del tamaño de un guisante. Un fragmento que había permanecido durante 40.000 años en una cueva de las montañas de Altai, en Siberia, llamada Denisova, o 'la cueva de Daniel'. Este fragmento había sido parte ... de la falange distal de su dueño, es decir, la más alejada de la mano, y fue hallado por los científicos rusos Michael Shunkov y Anatoly Derevianko en 2008.
El frío de la zona había ayudado a conservar el ADN del huesecillo, algo de enorme relevancia para determinar la especie a la que pertenecía. El ADN suele preservarse mejor en el interior de los dientes, y a lo largo de las últimas décadas se han desarrollado técnicas para extraer, multiplicar y analizar esos restos genéticos, especialmente de especies humanas y sus parientes y ancestros.
Quizá el más importante científico dedicado a esta tarea de arqueología del ADN sea Svante Pääbo (se pronuncia 'pebo'), director del Departamento de Genética del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva, quien secuenció el genoma de los neandertales y demostró que los humanos modernos tenemos, en mayor o menor medida, genes de esta especie con la que nuestros ancestros se cruzaron.
Era lógico que la falange hallada por Shunkov y Derevianko llegara al laboratorio de Pääbo, donde se extrajo su ADN y se comparó con los genomas conocidos de los humanos modernos y de los neandertales.. En 2010, el laboratorio publicó un informe sorprendente: el pequeño hueso había pertenecido a una niña de entre 5 y 7 años de edad que había vivido más de 40.000 años atrás y que, aunque tenía similitudes genéticas con las dos especies mencionadas, era distinta. Los genetistas calcularon que su último ancestro común con los neandertales se remontaba a más de 750.000 años. Suficiente como para ser considerada una nueva especie a la que bautizaron como Homo denisova.
Y es que 'humano' no es un nombre que deba darse únicamente a nuestra especie, Homo sapiens. Somos de hecho la única superviviente de entre muchas que los científicos actualmente consideran humanas, desde los neandertales y denisovanos contemporáneos de los primeros sapiens hasta sus ancestros, todos los pertenecientes al género 'Homo', de momento ocho en total, empezando por erectus, floresiensis, habilis, heidelbergensis, naledi, neanderthalensis, denisova, rudolfensis y sapiens. Muchos científicos también consideran humanos a varios ancestros, lo que haría un total de 21 especies. Hasta hoy.
La evolución no es lineal, como lo sugeriría el dibujo bien conocido que va de un chimpancé a un humano con lanza. La historia es mucho más compleja, como un árbol genealógico, donde unas ramas conducen hasta cada uno de nosotros y otras son de parientes cercanos o lejanos que no son ancestros nuestros.
La historia del ADN denisovano complica aún más la historia. Sabemos que de media un 2% del ADN de los europeos actuales procede de los neandertales, y ahora se puede decir que hasta el 6% del ADN de algunos nativos de Australia, la Melanesia y Filipinas procede de los denisovanos.
Los fósiles denisovanos no son tan abundantes como los que tenemos de otras especies humanas. Contamos apenas con la falange original, algunos dientes más procedentes de la cueva Denisova, un maxilar encontrado en China y un molar hallado en Laos en 2022.
Después de todo, apenas hemos excavado una fracción diminuta de nuestro planeta, así que nos esperan sorpresas. De momento, los restos analizados, herramientas, adornos, fogatas, restos animales y, por supuesto, fósiles, indican que esta especie ocupó por primera vez la cueva Denisova hace más de 275.000 años, y existieron al menos hasta hace 30.000 años, cuando se produjo el más reciente de los varios mestizajes que se dieron al paso del tiempo con los humanos modernos.
La primera migración de especies humanas desde África fue de una población de Homo erectus hace alrededor de 2 millones de años. Hace entre 300.000 y 400.000 años, una población de Homo heidelbergensis hizo una nueva migración desde África, extendiéndose por Europa y Asia y dando origen a los neandertales, los denisovanos y muy probablemente otras especies.
Otros grupos de heidelbergensis siguieron su camino evolutivo en África dando origen a nuestra especie, que emigró hace unos 70.000 años, extendiéndose por Europa y Asia, cruzándose con las poblaciones ya existente y, finalmente, sobreviviendo a todas ellas.
El mestizaje entre estas especies, y dejemos de lado, mencionándola, la cada vez más problemática definición de 'especie', dio un ejemplo singular en 2018, cuando la investigadora Samantha Brown descubrió en la misma cueva Denisova una lasca de hueso largo que fue analizada por el grupo de Svante Pääbo, que determinó que había pertenecido a una mujer de unos 17 años que vivió hace unos 90.000 años y que era hija de una mujer neandertal y un padre denisovano. Los científicos le dieron el nombre de 'Denny', y es el primer caso demostrado de un mestizo de primera generación y la esperanza de encontrar, eventualmente, a mestizos directos de sapiens y neandertales o denisovanos.
Aunque evidentemente el contacto sexual entre miembros de grupos humanos no se realizó con ningún objetivo, sus efectos sí son importantes. Por ejemplo, se ha descubierto que grupos tibetanos como los sherpas, que viven a grandes altitudes, tan grandes que pueden ser incluso mortales para otros grupos, pueden hacerlo gracias a que tienen varios genes que les ayudan a usar poco oxígeno de manera más eficiente, en especial el llamado EPAS1, que heredaron directamente de los denisovanos hace más de 40.000 años. Es el primer caso en que un gen adquirido por mezcla de especies ha resultado en una ventaja adaptativa… y probablemente no será el último.
Cuanto más sabemos sobre los orígenes de nuestra orgullosa y a la vez torpe especie de primates, más claro queda que sabemos muy poco, que la mayor parte de las páginas de nuestra historia está aún en blanco, pero va siendo evidente que cuando la escribamos, incluirá una diversidad y multiplicidad de orígenes y mezclas, de viajes de ida y vuelta por distintos lugares del mundo y, finalmente, de un encuentro con nosotros mismos como emigrantes y mestizos.
A medida que sabemos leer mejor nuestra herencia genética, podemos extraer más datos de una pequeña muestra de ADN. En el caso de la chica cuyo dedo nos dio la pista de los denisovanos, un nuevo método basado en la epigenética (los reguladores moleculares que hacen que los genes se expresen o se mantengan inactivos) permite reconstruir el rostro del dueño del ADN y nos la ha presentado como alguien con una cara muy ancha y grandes ojos, de aspecto muy distinto al de los neandertales y los humanos modernos.
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