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Los legionarios romanos lanzaron una lluvia de flechas incendiarias sobre el poblado. Los proyectiles sobrevolaron la muralla y algunos cayeron en las techumbres vegetales de las chozas, que empezaron a arder. Sus ocupantes salieron de las casas a la carrera, sin tiempo para coger nada. ... Poco después, los muros de adobe de las cabañas se derrumbaron sobre el interior de estas. Sepultaron los objetos que habían dejado atrás los indígenas en su huida, incluida una mano de bronce con una inscripción en lengua vascónica que colgaba a la entrada de una de las casas, a modo de objeto protector. La llamada 'mano de Irulegi', con la inscripción más antigua en lengua vascónica, es el objeto más impactante de un yacimiento extraordinario, el del poblado de la Edad del Hierro situado en lo alto del monte del mismo nombre, en Valle de Aranguren (Navarra).
A 893 metros de altura, el castro de Irulegi es una ventana al mundo de los vascones, como llamaron los romanos a los indígenas que vivían en el entorno del Pirineo occidental. Al igual que la nube piroclástica que arrasó Pompeya, el fuego congeló el tiempo en el poblado vascón de Aranguren, uno de los dos yacimientos que, en los últimos quince años, han excavado en ese alto los arqueólogos de la Sociedad de Ciencias Aranzadi.
«Empezamos a trabajar en el monte Irulegi en 2007. Es un proyecto que promueve el Ayuntamiento de Aranguren», indica Juantxo Agirre, arqueólogo y secretario general de Aranzadi. Los investigadores comenzaron por recuperar los restos el castillo medieval, del que hay constancia de que existía ya en el siglo XII. «Estaba en la cima y fue derribado por Catalina de Navarra en 1494. Nos llevó diez años restaurar sus murallas, sus torres, 'musealizarlo'...». Durante esos trabajos, encontraron fragmentos de cerámica de la Edad del Hierro. «Sabíamos que el monte Irulegi podía acoger un poblado de esa época por las grandes defensas naturales que tiene».
Cuando acabaron las excavaciones en el yacimiento medieval, los arqueólogos se centraron en el castro, que llegó a abarcar 14 hectáreas en el siglo I antes de Cristo. «Lo primero que hicimos fueron unas prospecciones geofísicas con Ekhine García. Eso nos dio una visión del subsuelo con una calle principal, una serie de plantas de viviendas y zonas de combustión, de incendios. Después hicimos con Eneko Iriarte, arqueólogo de la Universidad de Burgos, una serie de sondeos». A partir de la información de las prospecciones geofísicas y de los sondeos, decidieron centrarse en dos viviendas.
«Lo que descubrimos en las excavaciones es que las dos viviendas fueron incendiadas, que las paredes de adobe cayeron hacia el interior y que, debajo de ellas, quedaron todos los objetos de la vida cotidiana de quienes estaban allí y tuvieron que salir corriendo porque se habían incendiado las casas». Eso no es lo habitual en un asentamiento abandonado, ya que los pobladores suelen llevarse consigo los objetos más preciados. Sin embargo, cuando sucede una catástrofe, no hay tiempo para recoger nada. Hay que huir, como hicieron los habitantes del poblado vascón del monte Irulegi.
Tanto dentro de las viviendas como en sus alrededores, los investigadores del equipo dirigido por el arqueólogo Mattin Aiestaran han desenterrado «puntas de flechas incendiarias de tipología romana. Son como arpones y se lanzaban envueltas en paja o con algo atado en llamas. Caían en las cubiertas y provocaban incendios. Hemos recuperado docenas. Hasta quince en una vivienda», indica Agirre. Los arqueólogos han encontrado, además, multitud de objetos de la vida cotidiana, desde fragmentos de cerámica hasta monedas y restos de carbón que coinciden en apuntar a principios del siglo I aC.
Cuando Leire Malkorra extrajo de la tierra la 'mano de Irulegi' el 18 de junio de 2021, todo el proceso fue grabado en vídeo y, además, estaban allí presentes los técnicos de arqueología del Gobierno de Navarra. «Me acuerdo de que fui allí y, cuando me enseñaron la pieza, no le di más importancia. Cuando el 18 de enero empezaron a restaurarla, Mattin me llamó y me dijo: 'Juantxo, que hay un epígrafe, que han salido letras en la mano'. En ese momento sentí mucha emoción», reconoce Agirre. Ante ese hallazgo, los investigadores de Aranzadi y el Gobierno Navarro decidieron que analizaran la pieza de bronce Javier Velaza, de la Universidad de Barcelona «y referente de la epigrafía en todo el valle de Ebro», y el lingüista Joaquín Gorrochateui, de la Universidad del País Vasco.
«Cuando ellos, que han sido nuestros ojos, fueron leyendo e interpretando el texto, me fui emocionando más y más, porque la escritura es una maravillosa ventana al pasado que nos puede transmitir sobre lo que hablaba aquella gente, qué pasaba antes de la llegada de los romanos, cómo era la realidad indígena». Los restos de escritura vascónica se limitaban hasta ahora a monedas «probablemente acuñadas por Quinto Sertorio (militar romano que lideró una revolución en Hispania) que incluían algunas palabras con signos no ibéricos».
El poblado de Irulegi se encuentra en un alto bien protegido naturalmente y cuenta además con una muralla de hasta 6 metros de anchura, según las prospecciones geofísicas. «En el primer milenio antes de Cristo, hay miles de asentamientos similares por toda Europa por la inestabilidad que existe». Los indígenas se refugian en los altos para protegerse de sus vecinos, también indígenas.
El castro de Aranguren, desde el que se controlan las cuencas de Aoiz-Lumbier y de Pamplona, fue destruido en un ataque en la guerra civil entre Quinto Sertorio y el Senado (83-73 aC). «Todavía no sabemos quién es el que ataca porque, aunque en el conflicto las poblaciones indígenas toman partido por uno u otro bando, eso es algo que no tenemos claro en el territorio de los vascones». Una vez destruido por los romanos, el tiempo se paró en el castro navarro hasta que en 2017 los investigadores de la Sociedad de Ciencias Aranzadi empezaron a excavarlo.
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