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La vocación científica de Hartmut Michel no tardó en aparecer. Este bioquímico alemán nació en el seno de una familia humilde, sin antecedentes académicos -su padre era carpintero y su madre modista-, pero siempre había sido muy curioso. Eso le llevó, a los once años, ... a hacerse miembro de la biblioteca de su ciudad natal, Ludwigsburg, al suroeste de Alemania, donde tuvo la oportunidad de leer y aprender sobre arqueología, etnología, geografía o zoología. Entre todos los campos, su favorito era la química, y aunque estuvo a punto de matricularse en geología en la universidad, el consejo de un orientador le llevó a decantarse finalmente por la bioquímica. En 1988 recibió el premio Nobel de Química -conjuntamente con Johann Deisenhofer y Robert Huber- por el hallazgo, a partir de la técnica de la cristalografía de rayos X, de la estructura completa de la proteína que se encuentra en la base del proceso de fotosíntesis. Tenía 40 años y el premio supuso un antes y un después en su vida.
Hoy en día, Michel es director del Instituto Max Planck de Biofísica donde se investigan, principalmente, la estructura y función de las proteínas que están insertadas en membranas celulares. Tras su paso por Madrid, como ponente de la conferencia 'Nobel Prize - in dialogue', bajo el lema 'La imaginación en el trabajo', organizada por Nobel Prize Outreach y acogida en la sede de la Fundación Ramón Areces, hemos podido ahondar en su prolífica carrera, conocer el papel que ha jugado la imaginación en sus investigaciones y preguntarle su opinión sobre los temas de actualidad más acuciantes, como la guerra, la crisis de combustibles o el cambio climático.
Cuando todo el mundo pensaba que cristalizar proteínas de membrana era imposible, usted lo hizo. ¿Qué papel ha jugado la imaginación en su carrera científica?
Para ser creativo no se deben utilizar caminos ya disponibles, sino buscar nuevas ideas. Y las nuevas ideas muchas veces llegan cuando estás haciendo otras cosas más allá del trabajo que te ocupa. Por ejemplo, cuando era un estudiante, viajé a la India de mochilero durante nueve semanas y esperé a la inspiración, pero no me llegó. A mí me funciona mejor salir a correr y la jardinería.
Durante la investigación por la que le concedieron el premio Nobel, ¿realizó alguna de estas actividades para inspirarse?
En aquel momento no tenía demasiado tiempo. Trabajaba mucho. Algunos días empezaba a las ocho de la mañana y a las diez de la noche seguía en el laboratorio.
Johann Deisenhofer, Robert Huber y usted, ¿eran conscientes de que su descubrimiento sería merecedor del premio Nobel?
Después de la primera presentación del proyecto en un congreso, la gente empezó a decir que íbamos a ganar el premio Nobel, pero yo pensé que estaban sobreestimando la importancia de la investigación. Sin embargo, seis semanas antes del anuncio del premio Nobel, los periodistas llamaron a mi secretaria diciéndole que creían que iban a darme el galardón y pidiendo material, como fotos, para preparar sus artículos con antelación. Así que cuando nos dieron el premio no me sorprendió.
Usted solo tenía 40 años. ¿Le sorprendió recibir este premio tan joven?
Recibir el premio tan joven es inusual y enfatiza la importancia del trabajo que estaba haciendo. Habían pasado menos de tres años entre la publicación del proyecto y la entrega del premio, y el trabajo no estaba terminado totalmente todavía.
¿Cómo cambió su vida desde entonces?
Me convertí en una persona de interés público. Tenía que hacer muchas entrevistas, me invitaron a hacerme miembro de diversos clubes, las empresas farmacéuticas me querían de asesor y los políticos te pedían consejo. En 2001, por ejemplo, tuve una reunión de tres horas con Jiang Zemin, el presidente de China en aquel momento.
¿Cómo afectó esa vida pública a su carrera científica?
Tuve mucho menos tiempo para dedicarme a investigar.
Si pudiera volver atrás, ¿preferiría haber podido seguir investigando y recibir el Nobel 20 años más tarde?
Creo que si hubiera recibido el Nobel 20 años más tarde habría sido un científico mucho más exitoso. Antes del Nobel, era considerado una estrella científica en ascenso, y todo el mundo quería apoyarme, pero después de recibir el premio y de que me nombrasen director del Instituto Max Planck, todo el mundo empezó a pensar que ya tenía suficiente dinero y no necesitaba ninguna ayuda, así que tuve más dificultades para conseguir financiación para investigar.
¿Cómo se enfrenta un científico al éxito, como ganar el Nobel, y al fracaso, como el hecho de no conseguir financiación?
El éxito del Nobel no me abrumó, y gracias a la financiación que me dio el Instituto Max Planck pude seguir investigando. Así que no me fue mal.
Usted recibió el Nobel por el hallazgo de la estructura de la proteína que se encuentra en la base de la fotosíntesis, ¿cuál cree que es el futuro de este proceso natural?
Hay una posibilidad clara de mejorar la fotosíntesis natural de las plantas para conseguir un rendimiento hasta tres veces superior, y que en la misma parcela de tierra la producción de diversas plantas y alimentos se triplique, pero primero la gente tiene que aceptar la ingeniería genética. Sin ingeniería genética, eso es imposible.
Cada vez se habla más de la fotosíntesis artificial y otros tipos de energías renovables. En 2012, usted cuestionó seriamente el uso de los biocombustibles y propuso los paneles solares como una mejor alternativa. Ante la crisis actual de combustibles, ¿mantiene esta opinión? ¿Cuál cree que debería ser el futuro energético de la humanidad?
Sigo pensando que las únicas energías renovables válidas son la eólica y la solar. Hay que darse cuenta de que los biocombustibles tienen un rendimiento bajo, porque la cantidad de energía que se puede sacar de ellos es poca. En Alemania, por ejemplo, se obtiene biocombustibles a partir de semillas de colza, y su rendimiento es del 0,08%. Es decir, necesitas una enorme cantidad de producto (semillas) para producir una cantidad razonable de biodiesel. Alemania produce cuatro millones de toneladas de semillas de colza al año e importa otros cuatro millones de países europeos, y con ello solo produce tres millones de toneladas de diesel, mientras que su consumo anual de biodiesel es de 30 millones de toneladas. No es viable. Incluso en países con una situación un poco mejor, como Brasil, el rendimiento es del 0,3%, que sigue siendo muy bajo.
Por su parte, el rendimiento de la energía fotovoltaica es del 20%, aproximadamente. Se puede almacenar en baterías y utilizar en los coches eléctricos, por ejemplo. Hay que considerar que el motor de combustión usa solo un 20% de la gasolina para propulsar el coche, mientras que la eléctrica usa el 100% de la energía contenida en la batería, con lo cual es una ventaja, y la fotosíntesis te da 100 veces más. Necesitas 500 veces menos terreno de cultivo para obtener energía fotovoltaica que biocombustibles.
La nuclear es otra opción si pudiéramos resolver el problema de los residuos radiactivos. En Finlandia han construido un nuevo reactor nuclear y ya saben cómo deshacerse de los residuos en túneles a mucha profundidad de la tierra y tienen el favor del público. Pero apostar por la energía eólica y fotovoltaica sería mejor. De momento, en Alemania, el gobierno favorece la producción de energía a partir de hidrógeno, que se obtiene por la electrolisis del agua, usando energía solar.
Incluso en Escocia ya hay una empresa que convierte los residuos plásticos en hidrógeno. Con ello consigues dos resultados positivos. Eliminas residuos plásticos y generas hidrógeno que puede ser empleado para producir energía, con el consecuente beneficio para el medio ambiente.
Así como se puede utilizar para el bien de la humanidad, la ciencia también puede convertirse en un arma muy dañina. La invasión de Ucrania por parte de Rusia ha llevado a los países a rearmarse. ¿Qué opina del uso de la ciencia con fines bélicos?
Es imposible impedir que la gente utilice los hallazgos científicos para la guerra. Lo que tengo claro es que hay que hacer lo que sea para dar nuestro apoyo a Ucrania, y creo que por el momento la Unión Europea no está haciendo lo suficiente. Deberíamos suministrar más artillería y drones a Ucrania y detener la exportación de gas natural y petróleo de Rusia.
¿Cree que la gente es más escéptica a la ciencia ahora que antes de la pandemia?
Al contrario. Es cierto que hay expertos que quieren proyectarse a sí mismos y no se ciñen a los hechos, y políticos que intentan interpretar los resultados científicos a su favor, lo cual es peligroso. Pero incluso a pesar de ello, o de los movimientos antivacunas, creo que la gente no es más escéptica a la ciencia ahora, sino al revés.
¿Cuál considera que es la clave para divulgar la ciencia y que la gente se interese por ella, especialmente los más jóvenes?
Creo que se deberían hacer experimentos científicos en el colegio, porque mantiene a los jóvenes interesados y ven lo que pueden conseguir con la ciencia.
A sus más de 70 años todavía sigue en activo, ¿qué planes de futuro tiene?
Me tengo que jubilar como director del Instituto Max Planck a finales de este mes. Todavía tengo un pequeño grupo de investigación en marcha de cinco personas y me voy a centrar en el estudio de la enzima que convierte el oxígeno que respiramos en agua y energía.
¿Un científico deja de ser científico, aunque se jubile?
Espero que no (risas).
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