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Siddharta Mukherjee, profesor de Medicina en la Universidad de Columbia y oncólogo en su hospital universitario, compara el cáncer con un coche que circula por una carretera. En las células sanas, acelera cuando la vía está despejada y frena cuando el tráfico es más denso. ... En las cancerígenas lo que suele ocurrir es que siguen acelerando cuando no deben y no frenan cuando toca. «Los coches se desplazan a toda velocidad a pesar del atasco, amontonándose unos sobre otros y provocando tumores. O se desplazan frenéticamente hacia rutas alternativas, provocando metástasis», explica. Y añade: «No existe ninguna otra célula que se haya estudiado con tanta intensidad». La investigación contra una enfermedad que en realidad son más de 200 diferentes ha llegado más allá de los límites de nuestro planeta, al espacio.
«El espacio es un entorno excepcionalmente estresante», afirma Catriona Jamieson, profesora de la Facultad de Medicina de la universidad UC San Diego, centro que el pasado 21 de mayo envió a bordo de la misión Axiom-2 un experimento a la Estación Espacial Internacional (ISS) financiado por la Nasa para estudiar el envejecimiento de las células madre humanas, la inflamación y el cáncer en la órbita terrestre baja. Se sabe que las condiciones de microgravedad pueden acelerar estos procesos. «Al realizar los experimentos en la órbita terrestre baja, podemos comprender los mecanismos de evolución del cáncer en poco tiempo», añade Jamieson.
En una primera misión en abril del año pasado -la Axiom-1, que supuso el primer viaje privado a la ISS- se observó que las células madre cancerosas parecían regenerarse más fácilmente y volverse más resistentes a las terapias estándar. En esta segunda se busca determinar si dos fármacos inhibidores pueden revertir la regeneración en un modelo celular de cáncer de mama. También se estudiarán las células de los cuatro astronautas que viajaron antes, durante y después de la misión.
No es esta la primera misión que estudia en el espacio el cáncer. La Agencia Espacial Europea (ESA) promovió un proyecto llamado 'Tumores en el espacio'. En ella se utilizó una tecnología de 3D para estudiar mutaciones en el ADN debido a la exposición en los vuelos espaciales. «Una de las fases de este proyecto tuvo lugar en vuelos parabólicos en noviembre de 2022. Los resultados serán publicados pronto», asegura en conversación con este periódico el doctor Rodrigo Coutinho de Almeida, de la ESA. La tecnología espacial ha servido también para lograr importantes avances. Los oncólogos han podido utilizar técnicas para encontrar pequeños planetas fuera del Sistema Solar para detectar células cancerosas en sus primeras fases de desarrollo.
Salir de nuestro planeta tiene graves consecuencias para la salud. Se calcula que los astronautas que pasan seis meses en el espacio están expuestos a aproximadamente la misma cantidad de radiación que si se les hicieran 1.000 radiografías de tórax. «Al estar expuestos a la radiación espacial, los astronautas presentan un mayor riesgo de cáncer, enfermedades cardiovasculares, osteoporosis, enfermedades neurodegenerativas, entre otras», explica el doctor Coutinho.
No son los mencionados los únicos perjuicios en sus cuerpos. «La microgravedad provoca una disminución notable de la masa muscular, pérdida ósea y afecta al sistema cardiovascular. El corazón, los huesos y los músculos no necesitan trabajar tanto como lo hacen en la Tierra. Son alteraciones compartidas con el proceso de envejecimiento. La mayoría de estas alteraciones están mediadas por eventos moleculares que incluyen estrés oxidativo y mitocondrial, reparación de daños en el ADN y alteración de la longitud de los telómeros -unas estructuras situadas en los extremos de los cromosomas-, entre otros, que directa o indirectamente convergen en la activación de una respuesta inflamatoria e inmune», resume el experto de la Agencia Espacial Europea.
También el cerebro se ve afectado. Un estudio publicado el pasado mes de junio en la revista 'Scientific Reports' apuntaba que a partir de dos semanas en órbita, sus ventrículos -unas cavidades llenas de líquido cefalorraquídeo que protege, nutre y elimina residuos de este órgano- se dilatan. «Cuanto más tiempo pasaban las personas en el espacio, más se agrandaban sus ventrículos», explica Rachael Seidler, profesora de fisiología aplicada y kinesiología de la Universidad de Florida (Estados Unidos) y autora del estudio. «Muchos astronautas viajan al espacio más de una vez y nuestro estudio demuestra que los ventrículos tardan unos tres años entre vuelo y vuelo en recuperarse por completo», destaca para sugerir que los astronautas que pasan largos periodos en el espacio deberían esperar más tiempo para dejar recuperarse a sus cerebros.
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