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El pasado fin de semana un trazo de luz iluminó el cielo de Valencia. Las primeras explicaciones apuntaron a que se trataba de un misil balístico lanzado por no se sabe quién. Pasadas las horas, esta explicación se descartó y se apuntó a un satélite ... de la red Starlink desplegada por Elon Musk en torno al planeta para ofrecer conexión a Internet. Finalmente, desde el Centro de Operación y Vigilancia Espacial, dependiente del Ministerio de Defensa, se aseguró que en realidad era un meteoroide, un fragmento de un asteroide o un cometa que se desintegra al entrar en la atmósfera. Según la NASA, hasta 44 millones de toneladas de estos restos espaciales chocan diariamente contra el escudo que nos protege.
La explicación del satélite tampoco era descabellada. De hecho, la fuerza aérea alemana sigue defendiendo que era uno de los artilugios del fundador de Space X. Casi 6.000 de estos satélites orbitan en torno al planeta y su «número aumenta casi cada día», explica José Félix Rojas, miembro del Grupo de Ciencias Planetarias de la Universidad del País Vasco. Esperan llegar a los 12.000. Antes de que el magnate comenzara a desplegar en 2019 este enorme enjambre de dispositivos en el espacio, se calcula que había 2.000 satélites operativos y más de 3.000 fuera de servicio. A ellos hay que sumarle restos de cohetes -unos 2.000-, herramientas perdidas -en 2008 la astronauta Heidemarie Stefanyshyn Piper perdió una de estas durante una caminata en torno a la Estación Espacial Internacional-, piezas desprendidas… que suman, según los últimos datos de la Agencia Espacial Europea (ESA) hasta 35.150 desechos con un peso total de 11.500 toneladas.
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Carlos G. Fernández
Estos son los catalogados y se pueden seguir en algunas páginas webs especializadas en las que la Tierra aparece opacada por una nebulosa de basura espacial cuya trayectoria y velocidad se detallan al segundo. Muchos más son los que es imposible rastrear por su pequeño tamaño -entre un milímetro y 10 centímetros- y enorme número: se calcula que son más de 131 millones.
La pregunta es si toda esta enorme masa de basura espacial resulta peligrosa. «Los restos de satélites y otros fragmentos no suelen llegar al suelo, por lo que no deberían ser problemáticos», subraya el experto de la UPV/EHU. La razón es que nuestra atmósfera «es un escudo muy eficaz y es muy difícil que fragmentos de un metro lleguen a la superficie». En el caso de los satélites de Starlink, que pesan unos 300 kilos, suelen desintegrarse al no soportar las temperaturas de hasta 3.000 grados que se alcanzan al penetrar en la atmósfera. Con los objetos más grandes, «se suelen dejar caer en zonas donde no haya peligro, normalmente en el Océano Pacífico, que se está convirtiendo en una especie de basurero espacial en la Tierra. Y se avisa a los barcos para que no pasen por determinadas zonas en los momentos en que está prevista la caída».
Con tal cantidad de satélites y fragmentos dando vueltas en torno a la Tierra cabe preguntarse si no se producen choques entre ellos. Lo cierto es que «son improbables pero no imposibles», destaca el profesor Rojas. Según la ESA, solo se han producido siete impactos directos. El más importante ocurrió en 2009, cuando un satélite ruso fuera de servicio colisionó contra un satélite de comunicaciones estadounidense. «El espacio es inmensamente grande. Con solo un segundo de diferencia en el paso de uno de estos objetos por un lugar del espacio ya no chocarían. Es como el choque entre dos coches, que tienen que coincidir en el momento justo».
Llama la atención la velocidad a la que se producen estos impactos. Algunos de satélites y basura espacial viajan a unos 28.000 kilómetros por hora, «pero esto no quiere decir que impacten a esa velocidad. Lo importante es la velocidad relativa, no es que uno en movimiento impacte contra otro que está estático. Ambos se mueven, con lo que la velocidad del impacto puede ser de 1.000 kilómetros por hora. Sigue siendo mucho, pero no tanto».
La mayor parte de los satélites se encuentran en lo que se llama Órbita Baja Terrestre (LEO, por sus siglas en inglés). Comienza justo por encima de la parte superior de la atmósfera y llega hasta los 2.000 kilómetros de distancia respecto a la superficie del planeta. Hasta los 35.780 kilómetros se extiende la Órbita Media Terrestre, donde se encuentran, por ejemplo, los satélites GPS. Y a esos más de 35.000 kilómetros de distancia está la Órbita Alta Terrestre u órbita geosincrónica. Allí suelen situarse los satélites meteorológicos, «ya que se desplazan a la misma velocidad de rotación de la Tierra, por lo que siempre apuntan al mismo lugar». Para evitar estos impactos, pueden variar su posición, como hizo el año pasado la Estación Espacial Internacional para evitar a un satélite argentino. Además, la ISS y otros satélites cuentan con escudos para protegerse de estos percances.
Una de las ventajas de los cohetes de última generación es que son reutilizables, es decir, vuelven a la Tierra para emprender nuevas misiones, con lo que ayudan a no incrementar la basura espacial. Los ingenieros pueden mandar también a los satélites que terminan su vida útil a las llamadas 'órbitas cementerio', una especie de carreteras espaciales por donde no pasa ningún otro artilugio. Y en último término están las misiones para capturar algunos de esos restos. La primera está prevista para el año que viene, cuando la ESA lanzará la misión 'ClearSpace-1' -'limpiar el espacio'-, una nave con cuatro brazos robóticos que intentará recuperar parte de un cohete lanzado en 2013.
La preocupación por las consecuencias de la acumulación de basura espacial no es nueva. Ya en los años setenta, Donald J. Kessler, un astrofísico de la NASA, especuló con la posibilidad de que con un número tan elevado de objetos en la órbita baja alrededor de la Tierra, las colisiones entre ellos crearán más fragmentos que a su vez chocarán con otros objetos de tal forma que el número de colisiones aumentará de forma exponencial hasta dejar prácticamente bloqueado el acceso al espacio. Por su parte, la ESA calcula que «aunque mañana se detuvieran todos los lanzamientos al espacio, las proyecciones muestran que la población total de desechos orbitales seguirá creciendo, ya que las colisiones entre objetos generan nuevos desechos».
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