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Este será otro año intenso en lo que a misiones espaciales se refiere. Si el pasado empezó con un triple asalto a Marte, este lo ha hecho con la llegada a su destino del telescopio espacial James Webb, que en unos meses empezará a demostrarnos ... de lo que es capaz. En 2022 seguirán vigilando el Cosmos los observatorios orbitales Chandra y Hubble, la tropa de robots que explora Marte seguro que nos da alguna sorpresa y se intensificarán los vuelos privados al espacio, como el que comandará Michael López-Alegría a la Estación espacial Internacional a bordo de una nave de Space X. Pero hay cinco misiones que merecen especial atención por lo que supondrán para el futuro inmediato de los vuelos espaciales tripulados, la exploración de nuestro vecindario y nuestro conocimiento del Universo.
Este año comienza la reconquista de la Luna con el lanzamiento de la primera misión del programa Artemisa. Cinco décadas después del viaje de Neil Armstrong, Buzz Aldrin y Michael Collins, el 4 de marzo despegará por primera vez de Cabo Cañaveral el nuevo sistema de lanzamiento espacial de la NASA –que consta de un cohete principal y dos auxiliares– con la cápsula Orión. La misión, no tripulada, durará de cuatro a seis semanas y servirá para certificar el conjunto formado por los propulsores y la nave espacial.
La cápsula Orión, cuyo módulo de servicio ha sido fabricado por la ESA, orbitará en este vuelo de prueba la Luna durante seis días en los que se acercará hasta unos 100 kilómetros del satélite. En la segunda misión del programa Artemisa, programada para mayo de 2024 y que durará diez días, cuatro astronautas orbitarán la Luna. El tercer vuelo del programa tendrá lugar, como pronto, en 2025 y su objetivo será poner en la Luna a la primera mujer. Si todo sale bien, los primeros humanos en volver a nuestro satélite aterrizarán allí en una nave de SpaceX, la compañía de Elon Musk.
El telescopio James Webb, que despegó el 25 de diciembre, se encuentra ya en el que será su hogar durante los próximos años, un punto situado a 1,5 millones de kilómetros, casi cuatro veces más lejos que la Luna. Los técnicos de la misión han empezado ya a calibrar el instrumental y creen que recibiremos la primera foto espectacular del observatorio de infrarrojos de la NASA y la ESA en junio. Con un espejo de 6,5 metros de diámetro, los científicos esperan que el James Webb nos muestre el Universo como era hace 13.500 millones de años, solo 300 millones de años después del Big Bang.
El nuevo telescopio espacial es la máquina más compleja enviada al espacio. Dispone de un parasol del tamaño de una cancha de baloncesto que protege de la radiación solar el espejo y su delicado instrumental, que debe estar a -233º C. Ha costado unos 9.600 millones de dólares y ha exigido tres décadas de trabajo a miles de ingenieros, técnicos y científicos. Los astrofísicos confían en que las observaciones del herededero de Hubble les sirvan para ahondar en el conocimiento de la evolución de las estrellas y las galaxias, además de caracterizar atmósferas de planetas extrasolares.
El 20 de septiembre despegará de Baikonur con rumbo a Marte el todoterreno europeo Rosalind Franklin, la segunda misión del programa ExoMars, un proyecto de la ESA y Roscosmos, la agencia espacial rusa. Bautizado en honor de la química y cristalógrafa inglesa cuyo trabajo fue clave para determinar la estructura del ADN, está equipado con un taladro para perforar el suelo de Oxia Planum y nueve instrumentos, incluidas dos cámaras. Su objetivo es determinar si en algún momento ha habido vida en el planeta rojo.
Cuando llegue al mundo vecino, Rosalind Franklin se sumará a la lista de exploradores móviles y orbitales que intentan desentrañar los secretos de Marte, un mundo hoy frío y seco por el que discurrió el agua en el pasado. Hace un año llegaron al planeta rojo tres misiones: un todoterreno de la NASA (Perseverance) y otro de la Agencia Espacial China (Zhurong), y un orbitador de Emiratos Árabes Unidos (Hope). Y en los próximos años se lanzarán muchas más, incluida una que recogerá las muestras de roca tomadas por Perseverance y las traerá a la Tierra para su análisis en laboratorios de todo el mundo.
La sonda DART de la NASAse estrellará el 26 de septiembre contra Dimorphos, una roca de 150 metros de diámetro, para intentar desviarla de su trayectoria. Dimorphos es la luna del asteroide Didymos, de 780 metros. La pareja no supone ningún riesgo para la Tierra, pero es ideal para la primera prueba de defensa planetaria porque en un sistema binario es más fácil ver los efectos de un impacto de este tipo. LICIACube un minisatélite italiano que viaja con DART, tomará imágenes del choque y en 2026 la sonda europea Hera visitará los dos asteroides para comprobar los efectos del choque.
La NASA y la ESA quieren probar con esta misión un sistema para desviar una roca en rumbo de colisión con nuestro planeta. No hay en la actualidad ningún asteroide ni cometa que suponga un riesgo para la Humanidad, pero el censo de los llamados objetos cercanos a la Tierra –los que se cruzan con la órbita de nuestro planeta– es muy incompleto para los que miden entre 100 y 300 metros. Una roca de esas dimensiones podría provocar una catástrofe regional y hoy en día solo está controlado un tercio de los objetos de ese tamaño. Además de mejorar el censo, iniciativas como la misión DART, que despegó en noviembre, pretenden dotarnos de un sistema que permita desviar objetos peligrosas dándoles un golpe.
«Todos estos mundos son vuestros, excepto Europa. No intentéis aterrizar allí», advertía al final de '2010, odisea dos', la novela de Arthur C. Clarke, un mensaje enviado por los todopoderosos alienígenas constructores de los monolitos. La sonda Juno de la NASA pasará a finales de septiembre a solo 355 kilómetros de Europa, la luna helada de Júpiter que, junto con Marte, obsesiona a los astrobiólogos, los científicos que buscan vida extraterrestre. Un poco más pequeña que la Luna, Europa esconde bajo una gruesa capa de hielo un océano subsuperficial en el que podría haberse desarrollado la vida.
Imágenes tomadas por las sondas Voyager a finales de los 70 y otras tomadas por la Galileo a finales del siglo XX y principios de este apuntaron a la existencia de un gran océano bajo la corteza helada de Europa. Este hallazgo, junto con otro similar de la Galileo en Ganimedes –satélite de Júpiter– y la Cassini-Huygens en Encélado –luna de Saturno–, ha convertido a los satélites de los gigantes gaseosos en mundos de interés astrobiológico. Aunque muy lejos de la zona habitable alrededor del Sol –aquella donde puede haber agua en estado líquido en la superficie de un mundo–, el interior de estos satélites puede acoger ecosistemas aptos para la vida. El año que viene despegará la sonda europea Juice con destino a las lunas heladas de Júpiter: Ganimedes, Europa y Calisto.
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