«Todos estos mundos son vuestros excepto Europa. No intentéis aterrizar allí», advierte un mensaje a la Humanidad al final de '2010: odisea dos'. Los omnipotentes extraterrestres que otorgaron la inteligencia a nuestros antepasados en '2001: una odisea espacial' (1968) quieren proteger de nosotros la ... naciente vida en el satélite de Júpiter. Cuando Arthur C. Clarke publicó esa secuela en 1982, no había pruebas de la existencia de un océano subsuperficial en Europa, aunque algunos científicos ya habían empezado a especular con esa posibilidad a partir de las imágenes tomadas por las dos naves Voyager. Ahora, nosotros soñamos con encontrarnos con los europanos.
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En 1998, la NASA anunció que los datos enviados por la sonda Galileo, que exploraba el sistema de Júpiter desde diciembre de 1995, apuntaban a la existencia de un océano salado planetario en Europa, bajo una capa de hielo de decenas de kilómetros de espesor. Agua líquida; uno de los requisitos básicos para la vida tal como la conocemos. Ese hallazgo y los posteriores de posibles océanos subterráneos en las vecinas Ganimedes y Calisto ampliaron los horizontes de la búsqueda de vida en el sistema solar. Hasta entonces, se daba por hecho que su existencia actual estaba limitada al anillo alrededor del Sol en el que puede haber agua líquida en la superficie de un mundo.
Sólo la Tierra goza de esa privilegiada situación. Venus es un infierno en el que se funde el plomo. Marte es un desierto frío y seco donde, si evolucionó la vida cuando había ríos, lagos y mares, únicamente puede haber sobrevivido bajo tierra, protegida de la letal radiación ultravioleta. Los científicos saben ahora que no podrán descartar la existencia de marcianos –microbios, pero marcianos– hasta que se explore el último rincón del planeta. Porque en nuestro planeta hay microorganismos que viven en ambientes que hasta hace poco se consideraban estériles, como el desierto de Atacama, las aguas ácidas del río Tinto y las fuentes termales de Yellowstone, por citar tres ejemplos.
La vida en la Tierra surgió en los océanos. Europa, Ganímedes, Calisto y Encélado –éste alrededor de Saturno– los tienen en su interior gracias a que, en un entorno helado a cientos de millones de kilómetros del Sol, el agua permanece líquida por el calor generado por los tirones gravitacionales de los planetas gigantes que orbitan. El Explorador de las Lunas Heladas de Júpiter (Juice, por sus siglas en inglés) de la ESA viaja ya hacia Europa, Ganimedes y Calisto para caracterizar sus océanos.
Responder a la pregunta de si hay vida microbiana en las lunas heladas de Júpiter y Saturno exigirá desarrollar tecnologías hoy propias de la ciencia ficción. El de Juice es un paso clave para preparar esas futuras misiones que, ya en la segunda mitad de este siglo, atraviesen las emisiones de los géiseres de esos mundos para analizar el agua que expulsan y aterricen, perforen el hielo y metan minisubmarinos en esos océanos alienígenas. Eso sí, habrá que hacerlo con muchísimo cuidado.
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En los robots que mandemos a esas lunas no debe colarse ni un polizón, por minúsculo que sea. Como advierten los extraterrestres de '2010: odisea dos', ninguno de esos mundos es nuestro y, si hay vida en ellos, deberíamos preservarla tal cual. Si la química de los europanos fuera diferente de la de la vida terrestre, sería una revolución para la biología. Si fuera similar, también. Y, si los europanos no existieran, qué decepción.
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