Daniel Roldán
Miércoles, 24 de diciembre 2014, 13:02
Jamás hubiera pensado Teresa Romero que su vida se convertiría el 6 de octubre en vox populi, que media España iba a conocer con pelos y señales los detalles de la vida de esta auxiliar de enfermería de origen gallego, trabajadora del Instituto de Salud ... Carlos III y residente en Alcorcón. Ella, como decenas de profesionales sanitarios, atendieron a los dos misioneros que llegaron a España en agosto y septiembre infectados por ese virus que está asolando el África occidental: el ébola. Un virus mortal que se ha cobrado más de 5.000 vidas desde que se tuvo constancia de su presencia hace un año. El 7 de agosto llegaba a España Miguel Pajares, misionero de la Orden de San Juan de Dios destinado en Monrovia. Se convertía en el primer caso de un europeo trasladado fuera de África después de varios días pidiendo su traslado.
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La enfermedad, unida al precario estado de salud del religioso, provocó su fallecimiento cinco días más tarde a pesar que se realizó un último intento con un suero experimental, el ZMapp. La Organización Mundial de la Salud (OMS) pidió a las farmacéuticas que sacarán de sus laboratorios todas las pruebas que estuvieran haciendo. Daba igual la fase de experimentación en la que se encontraran. Lo importante era tener algún fármaco y comenzar a hacer pruebas in situ para intentar parar la pandemia en Sierra Leona, Guinea y Liberia.
Los restos del misionero toledano fueron incinerados en menos de 24 horas. El proceso se tuvo que repetir cuarenta días. El 25 de septiembre, otro religioso y de la misma orden, Manuel García Viejo, fallecía en el hospital Carlos III a donde había llegado cuatro jornadas antes. Una de las cincuenta personas que hizo todo lo posible para que el virus no acabara con la vida de García Viejo, fue Romero. En un momento de esos cuatro días, en un instante en las dos veces en que estuvo en contacto con el misionero proveniente de Sierra Leona, en el que el ébola entró en su cuerpo.
Después de unos días de nerviosismo, todo se desencadenó. El 6 de octubre, la exministra de Sanidad, Ana Mato, confirmaba el primer positivo fuera de África. A partir de entonces, comenzó unos días de desinformación y descoordinación. El marido de la técnica sanitaria, Javier Limón, salía a escena para exigir a las autoridades que no acabara con la vida de su perro, Excálibur, encerrado en casa con una bañera llena de agua y kilos de pienso. Limón había tenido que ser aislado al ser una persona de riesgo. Centenares de animalistas se lanzaron a la calle para apoyar esta petición, que acabó con forcejeos entre la Policía y los manifestantes y con el animal sacrificado.
A estas complicaciones se unió las declaraciones del exconsejero madrileño de Sanidad, Javier Rodríguez, que puso en duda todas las declaraciones de Romero: que no había dado información correcta, que había omitido datos... Luego rectificó, pero el lío estaba montado. Viendo el cariz que estaba cogiendo la polémica, el Gobierno decide crear un gabinete de crisis al mando de la vicepresidenta del Ejecutivo, Soraya Sáenz de Santamaría. La salud de Teresa pasa por un momento crítico a la semana de ingresar pero logra superarlo gracias a fármacos experimentales y al suero extraído de una de las monjas que estuvieron con Miguel Pajares en Liberia, Paciencia Melgar. Un mes más tarde de ingresar, la auxiliar de enfermería salía del Carlos III rumbo a Becerreá. Después llegaron las demandas, los platós de televisión y las entradas a los juzgados.
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