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El pollo vuelve a estar en el punto de mira. Tanto que su precio podría aumentar hasta dejar de estar dentro de las cestas de compra de muchas familias y quedar catalogado casi como un alimento de lujo. Todo ello obedece a una más que ... probable revisión de la normativa de bienestar animal que ha propuesto la Unión Europea, que plantea reducir casi un 30% la superficie útil actual de las granjas. Esta medida obligaría a disminuir la densidad de población de pollos de engorde convencionales, que implicaría un 72% menos de aves, y supondría triplicar el precio del pollo para el consumidor.
Un nuevo jarro de agua fría para un sector tambaleante, que mantiene el agua al cuello, después de afrontar los altos costes de la luz y gas, así como la escasez de cereal para alimentar a los animales o preparar la cama –que aísla a los animales del suelo y para la que se utiliza cascarilla de arroz, paja o serrín–, debido a la guerra en Ucrania y a la sequía. «Esta revisión de la normativa nos terminaría de matar», responde de manera contundente Ana Pérez que, junto a su hermana Raquel, es la propietaria de la granja Avícola Rioja de Quel. Para ella, materializar esa reducción de densidad en las granjas, hasta dejarla en un 33% de la actual, «nos abocaría al cierre, porque implicaría los mismos gastos para sacar solo un tercio de la producción». Y por ello pregunta si «estaríamos dispuestos a pagar la pechuga de pollo a quince euros el kilo».
Los propietarios de las granjas –en La Rioja existen, según datos de 2021, 65 explotaciones avícolas industriales– se verían obligados a realizar importantes inversiones en aras de un mayor confort animal, sin que quienes están detrás de esta revisión de la ley comprendan el comportamiento de aves como el pollo, que «tienden a ser gregarios, a juntarse, por lo que no necesitan tanto espacio».
«Pretenden plasmar esta normativa antes de las elecciones europeas –previstas en junio de este año– y afectaría también al transporte, con cosas tan absurdas como que tienen que poder levantarse en la jaula y que la cresta no toque la parte superior, cuando un animal, cuando se le traslada, tiende a encogerse; o bajar la densidad en el transporte, lo que conllevaría aumentar costes y, por consiguiente, el precio de venta al público», aclara.
Ana Pérez
Granja Avícola Rioja en Quel
Un incremento en el precio que tendría su traslación al encarecimiento del precio de los huevos. «Nosotros –argumenta Paula Fontecha, de Granja Avícola Fontecha, en Nájera– vimos cómo se triplicaban nuestras facturas de la luz, luego aumentó el gasoil, el pienso, ahora el precio de los estuches y cajas y ya tuvimos que repercutirlo en el precio de los huevos».
Paula Fontecha
Granja Avícola Fontecha en Nájera
De momento no se aprecia un descenso en su consumo, pero sí podría darse si entrara en vigor esa norma. «No sería viable y creo que la mayoría cerraríamos», lamenta la propietaria de este negocio familiar con más de 40 años de historia y que distribuye a La Rioja, Navarra y Miranda de Ebro. «Si ya se quejan de que el precio está caro... va a subir igual el doble». Por eso confía en que no se lleven a cabo estas propuestas, «porque económicamente sería un desastre».
Ana Pérez alerta de que si se aplicasen estas modificaciones, España dejaría de producir «y traeríamos pollo de fuera, con los peligros que implica, porque hay países que no tienen limitaciones en cuanto a medicamentos y antibióticos que pueden darse a los animales, ni sus trabajadores tienen la protección social que tenemos aquí». Concreta que otros países carecen de veterinario oficial, así como de una trazabilidad, aquí obligatoria. «No sabes ni de dónde viene, ni por dónde ha pasado, ni qué enfermedades ha tenido», sostiene. «Perderíamos la soberanía alimentaria y gran parte de nuestra salud personal».
«Al final quienes hablan de bienestar animal lo hacen desde una silla y desconocen cómo es una granja y su funcionamiento», apostilla Paula Fontecha, que cuenta en la actualidad con 23.000 gallinas en jaulas. «Si lo que pretenden hacer sale adelante, yo tendría que reducirlas a 8.000 y echarlas al suelo, que higiénicamente es peor, porque el huevo caería al suelo, que no se limpia con tanta frecuencia como las cintas de basura, que se retiran dos veces por semana».
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