Los cultivos de colza tiñen de amarillo el paisaje riojano

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Justo Rodríguez

Los cultivos de colza tiñen de amarillo el paisaje riojano

Agro ·

La colza ha ganado terreno en los últimos años La Rioja y hoy se cultivan 1.500 hectáreas

César Álvarez

Logroño

Martes, 3 de mayo 2022

El color amarillo en los campos ha dejado de ser exclusivo del otoño en La Rioja. La creciente presencia de cultivos de colza (especialmente en ... la comarca de La Rioja Alta) hace que cada vez sean más las parcelas en las que el intenso color de la flor de esta planta –de la familia de las brasicáceas– contraste con el verde que, en estas fechas, ya comienza a adornar los campos de cereal e incluso algunas viñas, según en qué subzonas de la comunidad se encuentren, en las que ya se aprecian algo más que los brotes de las yemas.

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No hace demasiado tiempo, era bastante infrecuente descubrir esas grandes extensiones amarillas en la comunidad riojana. El viñedo y el cereal ocupaban las fincas más grandes, y en algunas zonas del valle solo los frutales (y en mucha menor medida los olivos) rompían la monotonía paisajística y solo cuando el trigo o la cebada estaba a punto de ser cosechado los tonos amarillentos aparecían sobre la piel de la región.

El cultivo de la colza ha vivido, en los últimos años (especialmente las últimas dos décadas), un momento expansivo más que importante –coincidente con el de diferentes regiones españolas– ocupando en La Rioja hectáreas que hasta entonces dominaban otros cultivos más exigentes tanto con el suelo como con la pluviometría pero menos rentables económicamente para el agricultor.

El agricultor cerealista encuentra en la colza la alternativa ideal para la rotación con el trigo y la cebada

En el año 2000, La Rioja contaba con 35 hectáreas cultivadas de colza, veinte años después eran 1.484

La colza no exige una maquinaria distinta al cereal, no demanda un suelo rico y su rentabilidad es digna

En el año 2000, en La Rioja se registraban únicamente 35 hectáreas de este cultivo, que dejaban una producción de apenas 74 toneladas. Esas cifras fueron aún más reducidas un año después, cuando la colza apenas tenía una presencia testimonial en la región, con 3 hectáreas y 6 toneladas. La gráfica estadística dibuja diferentes dientes de sierra tanto en la superficie como en la producción del cultivo amarillo, pero siempre en línea ascendente.

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Si se observa con perspectiva temporal, la evolución es tan grande que dos décadas después, la colza ya ocupa 1.484 hectáreas y su producción alcanza las 5.576 toneladas, que se comercializan en gran medida a través de la cooperativa calceatense Garu.

No obstante, y pese a ese crecimiento sostenido aunque con variaciones, hay que apuntar un primer gran punto de inflexión que se produjo en el año 2015 cuando ya desde la PAC (Política Agraria Común) comenzó a incentivarse la rotación de cultivos para preservar los suelos del viejo continente. Ese cambio hizo que de las 830 hectáreas registradas en 2014, se se pegara un salto en 2015 hasta las 1.317 y un año después, en 2016, la estadística recogía ya 3.129 hectáreas.

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La razón por la que La Rioja se ha ido tiñiendo progresivamente de amarillo y la colza ha ido ganando terreno a otros cultivos hay que encontrarla en una confluencia de distintos factores que parten de la rentabilidad económica de esta planta.

Vídeo. TVR

Las virtudes del cultivo

Óscar Bobadilla, agricultor con campos dedicados al cultivo de colza en Baños de Río Tobía y Matute, explica cuáles fueron sus razones –que pueden generalizarse– para iniciar en el año 2008 el cultivo de esta planta: «Hasta el año 2007 nosotros alternábamos la plantación de cebada y trigo, pero buscábamos algún otro cultivo que nos ayudara a hacer la rotación y dar un poco de descanso al terreno para no agotarlo, y la colza se adapta bien, por lo que ahora ya la incluimos en la rotación. Un año sembramos trigo, otro cebada y el tercero es para la colza», señala Bobadilla, que se muestra satisfecho por la decisión tomada.

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Los beneficios que reporta son diversos. De una parte, no se solapan las fechas de siembra «porque la colza se planta en septiembre, el trigo en noviembre y la cebada en diciembre, lo que nos da más margen a los agricultores para trabajar el campo», pero es que además, al tratar el suelo con diferente herbicidas, éste no se hace resistente a ninguno de ellos y mantienen todos sus propiedades, por lo que en cierta forma la colza «ayuda al control de las malas hierbas».

Además, este agricultor riojalteño reconoce que no hay muchos cultivos que se puedan adaptar con la facilidad de la colza a terrenos que no son especialmente buenos: «No le exige mucho a la tierra, y no necesita demasiada agua como ocurre con otros. En la zona de Santo Domingo y su entorno está plantada en campos con cascajo donde no se podrían plantar otros cultivos que sí son más exigentes, sin embargo, no supone ningún problema plantar ahí colza».

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Una cuestión logística también juega a favor de la colza. En la mayoría de los casos, los agricultores que comienzan con el cultivo son cerealistas que buscan una alternativa para la rotación (la colza y el girasol son los que mejor se adaptan a ello). Ellos ya cuentan con una maquinaria para sus labores en los campos de cereal y para trabajar las plantaciones de colza no necesitan ninguna herramienta nueva diferente a la que ya utilizan para trabajar con el trigo o la cebada, por lo que evitan una inversión en nuevas herramientas. Eso es algo que ha hecho que esos cerealistas descarten otros cultivos (más habituales hace tiempo) como alternativa. La maquinaria era diferente y suponía un gasto añadido que con la colza esquivan.

A esto hay que añadir, como explica Óscar Bobadilla, «que la colza es algo, poco, más rentable que el trigo o la cebada» porque no necesita demasiados tratamientos: «Los precios de los abonos han subido muchísimo, pero la colza no es muy exigente tampoco en este sentido. Los cascajos y las tierras sueltas le van bien, no le hace falta mucho más, ni mucha lluvia».

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En términos similares a los del agricultor riojalteño Óscar Bobadilla se expresa la directora general de Agricultura y Ganadería, María Jesús Miñana: «El aumento del cultivo de colza responde a que ofrece un buen ratio del rendimiento por hectárea y proporciona una adecuada rentabilidad económica porque no exige una maquinaria diferente a la que se tiene para el trabajo en los campos de cereal, no demanda unos tratamientos caros de las tierras y además, ayuda al control de las malas hierbas».

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