«Llevo el nombre de mi abuelo con todo el orgullo
álvaro blanco gil | Ganadero (Munilla) ·
álvaro blanco gil | Ganadero (Munilla) ·
Los mayores de la sierra y de los Cameros todavía guardan el recuerdo de Marcos Gil San Pedro, 'el Marquetas', el de Arnedillo, que durante medio siglo cuidó a sus animales por los campos de La Rioja. Recogiendo todo su legado, pasión y enseñanzas, su nieto Álvaro Blanco Gil ha puesto en marcha la Ganadería Marquetas.
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«Llevo el nombre de mi abuelo con todo el orgullo. Él me ha enseñado todo. Me faltó mucho por aprender de lo mucho que tenía por enseñarme –le recuerda con emoción–. Antes de morir, le dijo a mi madre que, al continuar con las vacas, yo le había hecho el hombre más feliz del mundo».
Álvaro creció jugando con vacas de juguete. Convertía los balones de fútbol y baloncesto en rebaños y los organizaba. Los de baloncesto eran toros; los de fútbol, vacas; y las pelotas de tenis, terneros. A los 8 años ya le dejaron subir a los montes de Peroblasco a cuidar y dar de comer a las vacas con su abuelo y su tío. «A los 15 años descubrí que me gustaban mucho, me compré una motillo y, todos los días después del instituto, me iba a ver las vacas. No sé qué tiene, pero engancha», sonríe. «Hoy he estado dando de mamar a un ternero recién nacido, ayudas a una vaca a parir, vienen a comer de tu mano... son sensaciones indescriptibles que te ponen la piel de gallina», afirma.
Cumplirá este año los 24. Son pocos los que a su edad apuestan por este tipo de vida, que requiere tanto tiempo. Apunta que la clave para esta dedicación es amarla, sentirla. Y sentirse libre en el día a día en los montes. De hecho, reprocha a los que se meten sin vocación a la caza de subvenciones. «Todas las mañanas me levanto tan contento de que voy a estar con mis animales –describe sobre sus sensaciones cada jornada–. Me fui únicamente un fin de semana de vacaciones y, aunque aguanté el primer día, el segundo ya tenía mono de saber cómo estaban mis vacas. Las trato como a mi familia».
Entre grandes y pequeñas, cuenta con casi un centenar de reses entre los montes de la aldea de San Vicente de Munilla, siguiendo la recomendación que le hizo su abuelo. Álvaro te nombra a cada vaca, te señala cuál es hija o nieta de cuál. Las hembras que más le gustan las deja para futuras madres; de las otras y los machos negocia su venta con los tratantes para llevarlos a cebaderos.
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En ese discurso de apoyo al mundo rural, Álvaro plantea medidas sencillas que facilitarían su día a día: poner más bebederos en la zona, acondicionar cercas por si hay que retirar animales enfermos y comprensión entre los vecinos ante la presencia de las vacas por su espacio natural, por el monte.
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