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CARLOS BENITO
Domingo, 22 de julio 2012, 12:10
La naturaleza es un sastre chapucero que, a menudo, no acierta con alguna medida. A unos nos toca salir cabezones, otros lucen toda la vida una grandiosa napia o unas espléndidas orejas y también los hay paticortos, bracilargos, cuelligordos... En esa lotería de la desproporción física, al neoyorquino Jonah Falcon le correspondió lo que algunos consideran el gran premio: un pene enorme, descomunal, superlativo y un poco terrorífico, una tranca tan gigantesca que ha acabado marcando su personalidad. Se suele considerar que su órgano sexual es el más grande que se ha registrado, aunque no pasa de ser una marca oficiosa: el libro Guinness, compendio de mil intrascendencias, no atiende a un récord así de interesante. Su destacado miembro mide 24 centímetros en reposo y 34,3 en erección, y si esas cifras no parecen para tanto es por culpa de siglos de exageración masculina y décadas de tramposos encuadres pornográficos. Este periódico que sujetan entre las manos solo tiene unos centímetros más de alto. Enróllenlo y verán.
Jonah, un viejo conocido de las revistas y los programas de variedades estadounidenses, está de actualidad por su mala experiencia de hace un par de semanas en el aeropuerto de San Francisco. Los responsables del control de seguridad no concebían que ese bulto desmesurado fuese todo chicha, así que decidieron explorarlo en busca de armas o drogas. Pasaron a Jonah por el detector de metales y por un escáner, le cachearon... «Incluso me echaron unos polvos en los calzoncillos, probablemente una prueba para explosivos», ha relatado a The Huffington Post. El incidente no fue más allá de un retraso de dos horas, pero ha servido para poner de relieve que el tamaño no siempre es una ventaja. Qué va.
Jonah, que ahora tiene 41 años, fue consciente de su singularidad a los diez, cuando se desnudó en el vestuario de la piscina y despertó en los demás niños un pasmo casi religioso. A esa misma edad perdió la virginidad, con una chica pelirroja de dieciocho años que quiso comprobar los rumores que corrían por el vecindario: fue algo muy parecido a una violación, ya que el desarrollo físico del pequeño Jonah no iba a la par con sus nociones sobre el sexo. A partir de entonces, la biografía de nuestro protagonista estuvo condicionada por su entrepierna: a los quince años, hombres siniestros le abordaban a la puerta del colegio para proponerle participar en películas pornográficas; alrededor de los dieciocho, fue presa de un frenesí promiscuo que le llevaba a frecuentar los clubes con pantalones ceñidos, haciendo ostentación de su inverosímil aparato. Según explicó a la revista Rolling Stone en un reportaje repleto de detalles escabrosos (a casi cualquier pregunta que uno se pueda plantear, la respuesta es sí), para los veinticinco años ya se había acostado con 1.500 personas, la mayoría mujeres, y también había aceptado dinero a cambio en varias ocasiones.
Mírame a los ojos
La última década y media la ha dedicado a recomponer su vida, aunque admite que sigue comportándose como «un creído», propenso a exhibirse y orgulloso de la atención y la sorpresa que suele suscitar su prodigioso paquetón. A la vez, se considera «extremadamente romántico» y lamenta que su talla le dificulte mantener relaciones normales. No ya sexuales (al fin y al cabo, se ha acostumbrado a que los mayores condones del mercado se le queden a media asta), sino simplemente sentimentales: «Cuando conozco a alguien, les resulta complicado mirarme a los ojos, solo ven lo que hay en mis pantalones. Se ha convertido en un problema».
Jonah Falcon escribe sobre videojuegos en una web especializada y se esfuerza en cultivar su vocación de actor, que le ha valido pequeños papeles en series como Melrose Place, Ley y orden, Los Soprano o Sexo en Nueva York y en películas como Una mente maravillosa. Su obsesión por ser tomado en serio como intérprete le ha llevado a rechazar todas las ofertas de la industria del porno, y eso que de él se ha rumoreado falsamente que es hijo del actor John Holmes, cuya mítica herramienta de trabajo tenía dimensiones similares a las suyas.
Pero, más que sus apariciones en piezas de ficción, lo que le ha hecho famoso son los documentales: Private Dicks, de la HBO, en la que varios hombres desnudos hablaban sobre sus miembros viriles, o una producción del Channel 4 británico titulada El pene más grande del mundo. El productor ejecutivo de esta última, Jacques Perreti, ha expuesto por escrito lo que aprendió tras hablar con varios superdotados genitales: «He descubierto que tener un pene inusualmente grande ha amargado la vida de todos los hombres a los que he entrevistado, sin excepción». ¿Ven, señores, qué consuelo? Ser un poco cabezón resulta mucho menos traumático.
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