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JORGE ALACID
Jueves, 26 de abril 2012, 11:40
El 26 de abril de 1937, aviones alemanes puestos por Hitler a disposición del Ejército franquista abrieron sus vientres sobre Gernika y vomitaron una carga infernal de bombas incendiarias, que convirtieron en cenizas la localidad vizcaína. Gernika quedó devastada y, Picasso mediante, se erigió como un icono antibelicista que aún atesora un alto poder simbólico. Era la primera vez en que se bombardeaba a la población civil, pero no sería la última: así como la Guerra Civil española sirvió de ensayo general para la II Guerra Mundial, también el bombardeo de Gernika debe leerse como el cruel prólogo de lo que vendría después, con los blitzkriegs alemanes sobre Londres, la respuesta aliada que incendió las ciudades alemanas (Bremen a la cabeza) y deparó el horror atómico de Hiroshima y Nagasaki.
No era sin embargo la primera vez en que aviones alemanes, al servicio de la temible Legión Cóndor, sobrevolaban Gernika: unos días antes ya habían avistado la población vasca en vuelos de reconocimiento, de modo que no se sostiene demasiado la teoría según la cual hace hoy 75 años se asistió a un bombardeo improvisado cuyos salvajes daños no estaban calculados. Que la aviación alemana planificó con antelación el bombardeo de Gernika lo sabemos, entre otros testimonios, por el que nos dejó Félix Guallar. ¿Quién era Félix Guallar? Un fotógrafo riojano fallecido en agosto del 2000, a los 85 años de edad. Aunque nacido en Zaragoza el 20 de noviembre de 1914, vivió desde adolescente en Logroño, adonde se trasladó con el resto de la familia siguiendo a su padre, fotógrafo de profesión, quien le inició en el oficio. En 1937, con 22 años, Félix era un mocete que, recién cumplido el servicio militar en Tetuán, regresó a casa en La Rioja para toparse con una amarga sorpresa: no le dio tiempo a quitarse el uniforme porque fue inmediatamente movilizado por el Ejército de Franco.
Destinado en la base aérea de Recajo, su vida dio un giro copernicano cuando por allí aterrizó un grupo de oficiales alemanes de la Legión Cóndor en busca de fotógrafos. Los mandos españoles les presentaron a Félix Guallar, a quien le preguntaron si sabía algo de fotografía aérea. Él respondió que no tenía ni idea, pero dio lo mismo: un poco sin saber muy bien dónde se metía, nuestro hombre quedó enrolado en aquel grupo de aviadores que jugó un papel trascendental en la Guerra Civil.
«Yo creo que mi tío vivió aquello al principio como una aventura, sin enterarse demasiado». Mari Carmen, sobrina de Félix Guallar, explica las vicisitudes del fotógrafo de la Legión Cóndor desde el despacho de fotografía que mantiene abierto en Logroño, heredero de los dos estudios que antes regentó su tío. Guallar ejerció como uno de tantos fotógrafos de su tiempo, expertos en casi todo: retratos de carné, bodas, comuniones, bautizos y, por supuesto, las inevitables colaboraciones con la prensa local, que en su caso le llevaron a ejercer la corresponsalía en La Rioja de los rotativos Norte Exprés y El Correo, entre otros trabajos. Fue un brillante profesional en algún apartado, como la fotografía deportiva o la taurina, aunque su prestigio llegó mucho después de haberse forjado en los secretos de la fotografía aérea con sus inesperados jefes: aquel grupo de militares alemanes con quien aparece retratado en las imágenes que atesora su sobrina.
En ellas vemos a un jovencito Félix pertrechado de uniforme y adornado de insignias, al pie de alguna aeronave o posando mientras asistía a clase: hacer fotos desde el cielo no era un encargo sencillo y exigía cierto adiestramiento que aquel grupo de alemanes le fue procurando en clases teóricas (y ahí tenemos a Guallar en su pupitre atendiendo la lección) y prácticas: la Legión Cóndor sobrevoló media España mientras preparaba su cita con Gernika.
Así que Guallar se parapetaba en la cola del avión y, según la imagen que tanto debe a la iconografía del cine de la II Guerra Mundial, situaba su cámara por un hueco del avión para tomar fotos aéreas: hoy Sevilla, mañana Santander, pasado Burgos. Con ellas, el Estado Mayor elaboraba mapas de localización de objetivos, como atestiguan los viejos álbumes familiares, que despojan de lirismo los avatares de Félix. «Él me decía que había pasado mucho miedo. Allí arriba, a veces con medio cuerpo fuera del avión». Mari Carmen repasa las fotos mientras desgrana las anécdotas que heredó de su tío, una de ellas muy reveladora. «Me llamaba la atención verle siempre con un esparadrapo en la muñeca y cuando le preguntaba por qué lo llevaba, se sentía incómodo. Me contestaba que se había hecho un corte pero, claro, como no se quitaba nunca el esparadrapo, ni en verano, yo le seguía preguntando, hasta que un día me contó la verdad: que estando con la Legión Cóndor se había tatuado un emblema alemán y le daba vergüenza enseñarlo. Así que lo llevó tapado el resto de su vida».
Tal vez Félix se sonrojaba porque aquel tatuaje le traía a la memoria el episodio más cruento de cuantos vivió a bordo de los aviones nazis: Gernika. «Pero yo le decía que no podía haber hecho nada por evitarlo», subraya su sobrina, «que no tenía culpa de nada, que le mandaron hacer las fotos para los alemanes y que cómo iba a desobedecer». Unas evidencias que no consolaban a Guallar: muchos años después del bombardeo, ya octogenario, todavía se le nublaban los ojos y se le entrecortaba la voz si rememoraba ese día de abril del 37. No podía relatar aquel vuelo sin emocionarse. «Mi tío era más bien monárquico, no estuvo en la guerra por ideología ni por nada de eso, así que el bombardeo de Gernika le hizo mucho daño».
Lo cuenta mientras revisa las viejas fotos. Sonríe viendo a su tío tocado de bigotito y una oleada de nostalgia inunda la tienda que atiende en el centro de Logroño. Mari Carmen enseña una foto de Gernika derruida por las bombas y parece hablar en ese momento consigo misma: «Pasaba el tiempo y a mi tío aquello le seguía doliendo, creo que le metió el miedo en el cuerpo para toda la vida; recuerdo que el 23F lo vivimos juntos en la tienda de fotos y que él me decía: Que vuelven, que vuelven».
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