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Jorge Alacid
Miércoles, 28 de marzo 2012, 21:06
Cuando la selección colombiana que lideraba el Pibe Valderrama desembarcó en Italia para disputar el Mundial90, los locutores de Radio Caracol no se referían a él por su nombre cuando narraban alguna jugada; simplemente, decían lo siguiente: "La lleva el que sabe".
La lleva el que sabe. Es una frase pertinente para describir el trabajo que desde hace décadas desarrolla en estas páginas Eduardo Gómez, homenajeado hoy en su recién adquirida condición de octogenario. Quienes han festejado con él su cumpleaños reconocen en Gómez al decano de la prensa deportiva de nuestra región, el profesional que durante más tiempo lleva contándonos cuanto sucede entre las dos paredes del Adarraga, el Astelena, el Beotibar o cualquier otro santuario de la pelota. Pero un frontón se queda pequeño cuando se trata de distinguir las virtudes de un informador que, procediendo de un ámbito ajeno al periodismo, se comporta como el mejor de los reporteros, porque mezcla en los textos que entrega puntual (puntualísimo: una lección de eficacia) dos elementos decisivos en este oficio: pasión y rigor. Pasión por la vida interior de la ciudad de Logroño y sus habitantes, que cristaliza no tanto en los grandes titulares con que nos obsequian desde antaño alcaldes y concejales, sino en la letra pequeña casi siempre más decisiva: la esquina de donde falta ese edificio que tanto añoramos, derribado por la piqueta criminal; el aniversario de aquel bar que tanto hizo por nuestra educación sentimental; el recuerdo hacia un vecino que nos ha dejado y merece de nosotros algo más que una lágrima.
La lleva el que sabe. Porque se mencionaba arriba la palabra rigor y esa es una religión que Eduardo Gómez también profesa, lo cual significa no fiarse sólo de su memoria elefantiásica ni de esos cuadernos donde anota cada novedad logroñesa y que debería donar al Ayuntamiento, sino obligarse a bucear en el Archivo Municipal y en esos otros archivos igualmente fiables que teje su inmejorable red de confidentes, dueños de una bendita memoria ciudadana, donde queda confirmado el dato, la fecha, los nombres y los apellidos del protagonista de cada historia. Es decir, que Eduardo honra el mandato con que salíamos de las facultades de Periodismo que él nunca pisó: preguntar sobre aquello cuanto se ignora. Preguntar insistentemente, concienzudamente, no dar por buena la primera versión de los hechos, pensar en las noticias de un modo panorámico, jamás unidireccional. No dejarse influir por la proximidad de quien debe ser criticado cuando lo merece, lo cual le gana a veces la ojeriza de quien le tiene más afecto, contratiempo que asume sin concederle mayor importancia: más cornadas seguirá dando el periodismo.
La lleva el que sabe. Y esa sabiduría popular que Eduardo Gómez destila merece no sólo el homenaje celebrado hoy, sino el reconocimiento de sus lectores y, desde luego, el agradecimiento de sus compañeros. El de quienes, cuando lo vemos caer por la redacción, nos volvemos a plantear aquel dilema que nos enseñaban los veteranos de esta profesión mientras nos destetaban: cómo se hacía esto antes. Para responder a esa pregunta seguiremos necesitando a Eduardo Gómez.
Porque la lleva el que sabe.
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