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PABLO ÁLVAREZ blogs.larioja.com
Viernes, 18 de septiembre 2009, 02:50
N unca me he ido de putas. No lo digo, créanme, porque mi mujer suela leer esta columna. Es que es así. Tampoco es como para ponerse una medalla: ni ambiente, ni amistades, ni escrúpulos me han permitido esa querencia.
No puedo hablar de primera mano, por tanto, de lo que estos días tanto se comenta. Pocas veces ha habido tantas putas (figuradamente) en la vida pública como últimamente. Que si meretrices en las calles de Barcelona, que si puticlús en L'Hospitalet... Y ahora, unos cuantos grupos de la Cámara que piden que se prohíban los anuncios de contactos en los periódicos.
Vaya por delante una obviedad que ha de ser recordada: trabajo en un periódico, así que esa última propuesta me afecta directamente. Yo no creo que eso mediatice mi opinión al respecto, pero mejor recordarlo.
Las putas llevan ahí toda la vida. No es que eso sea una justificación. Pero, hablando sinceramente y con la mano en el corazón (más abajo, no), ¿alguien cree que alguna vez en la historia dejará de haberlas? En la calle, en su casa, en casa de todos, de un sexo u otro, más o menos voluntarias, más o menos marginadas o esclavizadas... la cosa es que no hay era sin su puterío.
Si eso es así, pues, ¿no será mejor entrar a regular esa actividad, mancharse las manos para acabar con los abusos más flagrantes, poner coto a los mercados de esclavas? ¿No es una hipocresía de marca mayor intentar esconder este mercado, poner cara de ofendidos y fingir que el no ver es el no existir? En el fondo, en esta cosa de las meretrices hay mucho puritanismo del peor: del que sólo es pura (puta) hipocresía.
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