Borrar
El miedo a las mujeres
ANÁLISIS

El miedo a las mujeres

JUSTO GARCÍA TURZA

Domingo, 12 de julio 2009, 02:03

A y que risa, Basilisa! Ahora resulta que, después de cuarenta y cuatro años que llevo de cura, he estado viviendo el celibato por miedo a las mujeres.

Cuando se enteren las de mi entorno familiar -mis hermanas, mis cuñadas, mis sobrinas, mis primas- o cuando se enteren las muchísimas chicas -adolescentes o ya mozas- a las que yo he dado clase, con las que mantengo una relación entrañable hasta el punto de haber casado a muchas de ellas, o cuando se enteren tantas y tantas mujeres -entre ellas muchas monjas- con las que yo he ido relacionándome por motivos de trabajo sacerdotal, cuando se enteren todas ellas, digo, de que yo me he hecho cura porque les tengo miedo, es que se les van a caer sus respectivas dentaduras al suelo de la risa que les va a dar.

Creo que tengo un gran afecto por la gente y creo -salvo mejor opinión- que no le tengo miedo a nada ni a nadie. Y desde luego, con toda la rotundidad del mundo, afirmo que no soy sacerdote célibe por miedo.

Lisa y llanamente no me he casado porque he visto -repito que hace ya cuarenta y cuatro años- con claridad meridiana que Dios me llamaba al sacerdocio tal como la Iglesia católica lo entiende y, en consecuencia, célibe y gozosamente célibe. O, si lo prefieren, soy célibe porque me da la gana, la razón más poderosa que existe. Y soy absolutamente feliz.

Viene todo esto a cuento de que hay por ahí bastantes profetas de sí mismos, llamados a redimir a la Iglesia a su modo, que han cogido una perra con el celibato de los curas que ya no saben cómo decirnos que lo dejemos. Algunos de ellos, para más 'inri', no han sabido vivir su condición de casados y ahí siguen 'erre que erre' con la matraca de nuestro celibato, del celibato católico. ¿Es que se arrepienten de haberse casado y por eso arremeten contra los célibes? ¡Cuánta demagogia barata!

Porque ¡vamos! venirnos a estas alturas de la película con que la solución al problema de las vocaciones al sacerdocio ha de pasar forzosamente por la supresión del celibato, ya no se lo cree ni Tarzán. ¿Saben ustedes, mis amables lectores, que las confesiones cristianas cuyos sacerdotes o pastores están casados -todas las protestantes- tienen el problema vocacional muchísimo más agudizado que los católicos, que sí mantienen el celibato? Y la razón es bien sencilla.

Los niños, todos, al menos los de nuestro primer mundo, rico y mediático, quieren ser como Cristiano Ronaldo, como Beckham o como Kaká, no como el cura de su pueblo, que gana muy poco y no pinta absolutamente nada. Y no hay otra.

Perdónenme tanta personalización. Yo puedo hablar de mí mismo y no tiene sentido que yo me erija en representante de los demás sacerdotes.

Sí puedo decir, y digo, que en lo que yo conozco -y creo que es bastante- la situación personal de casi todos ellos, es que viven su celibato con gran entrega, con callada alegría y sin añorar nada. Sin volver la cara atrás.

Accedieron, como yo, a las Órdenes sagradas con total libertad y conocimiento, en plena mayoría de edad, y ahí están, estamos, haciendo las cosas lo mejor que podemos y sabemos.

Aceptamos, ¡faltaría más! todas las sugerencias y todos los consejos que se nos brinden para mejorar en nuestras metas y realizaciones pastorales. Somos los primeros en examinarnos, lo hacemos muy a menudo, con una disposición sincera de cambiar lo que haya que cambiar.

Pero lo que no aceptamos de ningún modo es que se nos pretenda tratar como a bichos raros por nuestra condición célibe. Las rarezas hay que buscarlas en otros sitios y en otras personas con un estado civil bien distinto. ¿O no?

Por otra parte, ¿alguien puede creer en serio que nuestra pastoral ganaría muchos enteros por el hecho -puro y simple- de que los sacerdotes fuéramos casados? ¡Cuánta falacia hay en la pretensión de que un cura casado comprenderá mejor los problemas de la gente! Como si para comprender la ruptura de un matrimonio fuera absolutamente necesario romper el propio. Lo que hace falta es estar con la gente... y quererla. ¿Y quién está más con la gente que los curas?

Y ya la pregunta final, la del millón, ¿tendríamos los curas la movilidad y la libertad de actuación que tenemos hoy -y no pienso sólo en los pueblitos a atender los domingos- si tuviéramos que 'arrastrar' con nosotros a una mujer y a unos hijos?

El Resucitado, autor del sacerdocio católico, exigió a sus sacerdotes «darse del todo y a todos», como se dio Él. Pero Él fue célibe, mira por dónde, y marcó el camino. Y en esas estamos.

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

larioja El miedo a las mujeres