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BERNARDO SÁNCHEZ
Domingo, 12 de abril 2009, 02:39
H ubo un tiempo (después de Cristo) en el que en Semana Santa solía echarse -entre otras películas- . Esta película sobre la época y hechos del galileo fue rodada en los alrededores de Madrid durante la primavera y el verano de 1961; había sido escrita por un en colaboración con el autor de las ; el protagonista había sido hermano de Jesse James en una vida cinematográfica anterior; Carmen Sevilla hacía en la película de María Magdalena, y estaba dirigida por el realizador de o : Nicholas Ray. se estrenó en España el 30 octubre de 1961, pocos días después de que naciera Nikka, la segunda hija de Ray con Betty Utey. A la altura de 1963, Nicholas Ray, que aún permanecía en España bajo la carpa de Samuel Bronston y de su , ya había sufrido su propio calvario orquestando la guerra de los Boxers en un Pekín edificado entre Las Rozas y Las Matas. Un calvario de mucho más de 55 días que le costó una hospitalización. Como casi estaba avecindado en Madrid, Nicholas Ray acabó abriendo en Avenida de América un local con el nombre de su hija: el Nikka's. Era medio restaurante medio garito de Gillespie pasó por allí, pero también Mari Trinidad Pérez de Miravete, 'Mari Trini'. Tenía sólo quince años, tocaba la guitarra y escribía sus propias letras. Algo le debió ver Ray -que aún conservaba la visión en sus dos ojos- para proahijarla como representada, promocionarla en elLondon con el objetivo de que estudiara arte dramático y prometerle una película. Ya por sí sola, esta historia de Mari Trini y Nik Ray tiene una película, vaya que si la tiene. A mí, aquella Mari Trini juvenil, me recuerda mucho a 'Keachie', la muchacha tejana que con poco más de veinte años, interpretara Cathy O' Donnell en (, 1947), la primera y hermosa película de Nicholas Ray, una película de romanticismo desesperado, nocturno y forajido. De Mari Trini no hemos sabido nunca casi nada, aparte de lo que decían y no decían sus canciones, y eso que todo estaba bien clarito para quien quisiera oír: «Yo no soy ésa que tú te imaginas». Efectivamente, en la tele y en el dial de los años setenta, Mari Trini quería ser todo aquello que no teníamos, que no éramos en el muy ligero panorama musical español. Su personaje apelaba a una educación sentimental aquí impracticable, que ella interpretaba con el timbre lírico y emocional de una Piaf, de una Grecó o de una Vartan, el lenguaje de las mujeres que cantaban con libertades, ante la audiencia del Olympia. Cuando oyes a la Piaf cantar es lo que es, pero cuando se la oyes a Mari Trini es el doble. Dice más cosas. Hay más urgencia expresiva. Más soledad. Cuando veíamos a Mari Trini en las galas sabatinas o en la pista del Florida Park, realmente sentías que aquella mujer menuda, con el labio superior ligeramente engarfiado (del que hizo un rictus trágico) y unos ojos bellísimos, salía a contar cosas en carne viva, a mostrarse. Una vez se mostró del todo en Interviú. Decía ella que para evidenciar que no tenía una pata de palo, como murmuraban los que la consideraban una chica demasiado rarita. Recuerdo bien ese portafolio fotográfico, que me hizo (ad)mirarla aún más. Pero también se reavivó el martes ese poso de tristeza que me dejó la música ligera española de sus años. Nino Bravo, Cecilia. Humet y ella, ahora. Una discoteca entre la censura y la muerte prematura. .
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