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EDUARDO GÓMEZ
Domingo, 22 de febrero 2009, 01:38
La llamada Gran Vía logroñesa se encuentra en un momento de gran actualidad a cuenta del polémico resultado conseguido en la última remodelación, que tuvo un precipitado final para acomodarlo a la fecha fijada para su inauguración. Como suele pasar en estos casos, tras el fausto acontecimiento se reanudaron las obras para terminarlas, causando grandes molestias al vecindario, especialmente durante la culminación de los aparcamientos subterráneos.
El resultado final no fue precisamente aprobado por unanimidad. Especialmente se censuraba su reducida luminosidad y se ponía en tela de juicio el diseño de sus farolas. No se entendía el espacio central llamado salón y que muy poca gente utiliza pues tienen a muy pocos metros el gran salón de la ciudad que es el Espolón, sin los agobios de la circulación rodada y el de las paradas de los autobuses.
Cuando se gestó la Gran Vía sí se crearon justificadas expectativas pues el espacio que dejaba la desaparecida estación del ferrocarril y sus servicios daban lugar a los más atrevidos proyectos de los urbanistas, como la elevación de la que se bautizó como la Torre de Logroño, edificio de 19 plantas que ocupó el centro de la vía, construcción que aprobó el Ayuntamiento en noviembre de 1967 a Inversora Riojana, S.A. donde se iban a invertir 103 millones de pesetas en una obra que se mantendría durante siete años y que resultó muy llamativa por la cantidad de agua que brotaba del subsuelo. En los primeros pasos de la creación de esta arteria urbana se discutieron aplicarle varias denominaciones, una de las primeras la de llamarla Gran Vía de don Julio Pernas Heredia, que era entonces el alcalde logroñés, propuesta que el propio interesado rechazó de plano. Fue mejor contemplada la petición del Círculo Cultural Vázquez de Mella proponiendo el nombre de Gran Vía Gonzalo de Berceo, propuesta que el Ayuntamiento aceptó el 12 de junio de 1967. La denominación permaneció hasta noviembre de 1975, al considerarse que debería de cambiarse a la de Gran Vía del Rey Juan Carlos I, recién nombrado entonces, y manteniendo el de Gonzalo de Berceo para la prolongación desde la inserción con Murrieta.
La gran avenida se fue poblando de edificios con gran celeridad y de notables establecimientos en sus bajos, siendo uno de sus pioneros la sala Borgia, creado por los propietarios de la que con el mismo nombre existía en Viana y de Carlos. Nació en 1974, con una gran cafetería en planta y sala de fiestas en el amplio sótano, convirtiéndose en llamas todo ello en una noche de marzo de 1977. Resultó espectacular la creación del pub Robinson, creado por Julio Revuelta, padre del que fuera alcalde en la anterior legislatura, y Joaquín Herrero. Fue un orgullo de la ciudad, admiración de propios y extraños y muy lamentada se desaparición. También hay que resaltar la creación del Hotel Carlton, que venía a cubrir una necesidad en Logroño en ese sector, obra de los logroñeses Segundo y Daniel Ruiz Castañares en los terrenos que fueron de las Madres Carmelitas. Se recuerda que en sus inicios contaba con un sótano convertido en un restaurante típico.
Su primer banquete lo dio el 1 de septiembre de 1967. Otra veterana cafetería fue el Génesis inaugurado en agosto de 1973. Sorprendió la jamonería que montó el ausejano José Mangado en la esquina del pasaje con Avenida Portugal. También se recuerda el ambiente del Café Turina de José Nieto, con actuaciones en vivo del propio propietario, así como del Bistrot (hoy Gran Vía) que animaban Óscar Alesanco y Gabino y clientes espontáneos.
En estos últimos tiempos la atractiva arteria comercial que constituye la Gran Vía y los elevados precios de los alquileres provoca frecuentes cambios de negocios, Es síntoma del atractivo que tiene nuestra emblemática vía, merecedora del mayor cuidado que deben tener las autoridades municipales para conservar y mejorar.
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