
PABLO Gª MANCHA
Lunes, 25 de agosto 2008, 11:47
Publicidad
Y es que el toro, boyante y exigente a la vez, demandaba una muleta capaz de llevar su embestida cosida a los vuelos. Un engaño firme y poderoso que no se amedrentara cuando el viaje se ceñía hacia los adentros o que se sujetara impávida cuando al trazar el natural rebañaba esos centímetros -acaso milímetros- que marcan la diferencia entre las clases de toreros. Y todo eso y con creces fue capaz de hacer Diego Urdiales en Bilbao en una tarde en la que rayó a una altura sencillamente extraordinaria, y en la que en una labor marcada por la seriedad con la que impregna su toreo gracias a su colocación y pureza, dejó sentado en el 'botxo', y para que se sepa, que básicamente Diego Urdiales es un torero de clase, de gran clase.
El diestro riojano se sacó al toro al platillo con dos tironcitos. Y allí, en la inmensa soledad del parduzco ruedo bilbaíno y cara a cara con las pavorosas astas de 'Planetario', se enfrontiló y le lanzó la muleta al hocico para dejar claro desde el primer momento que estaba dispuesto a torear de verdad. Por eso empezó a escanciar los muletazos en redondo muy por abajo desde el principio, obligando a la res hasta ese crepitar final donde sólo son capaces de llegar los toros verdaderamente bravos.
En la segunda tanda, abrochada de nuevo con un mecido pase de pecho, comenzó a sonar la magnífica banda de Vista Alegre para acompasar el sonido del toreo de Urdiales con la simpática solemnidad del pasodoble: se contaron al menos cuatro redondos interminables, ligados, lentísimos, de esos que cortan la respiración. Y como el torero estaba en sazón y a pesar de que el astado era muy diferente por el pitón izquierdo, no tuvo reparo en sacar a pasear su hondo concepto del natural.
En el primer muletazo, el toro se venía como un tren, pero lejos de desarbolar al torero, la serenidad y el valor fueron los principales aliados para bambolear la muleta y lograr esa maravilla casi dialéctica de la conexión invisible entre la fiera y el trapo, suavemente volado una y otra vez hasta conseguir naturales de porcelana, aparentemente frágiles por la desnuda verdad de su trabazón, pero mandones y de acero por la verdad de su composición. Y es que la plaza toda estaba absolutamente entregada con el torero riojano por la hondura de su trasteo, por su colocación, por destilar, en definitiva y como hizo en Madrid, el repertorio del toreo eterno. Además, y por si fuera poco, se fue tras la espada con toda la verdad y despenó al victorino de un estoconazo en todo lo alto. Se pidió con clamor el doble trofeo, pero Matías, que debe de tener el corazón de granito, sólo sacó una vez el pañuelo. La bronca que le pegaron fue memorable, pero más allá de las dos orejas -merecidas desde el humilde punto de vista de este cronista- lo importante fue la dimensión del torero arnedano: su colocación, su sabor, su clasicismo. En el segundo de su lote rayó de nuevo a un nivel excelente; sin embargo, la faena de la feria, y de muchas ferias, quedó grabada en su esportón.
Publicidad
Por su parte 'El Fundi' dejó patente su maestría y su amor propio: se llevó dos feas volteretas y cobró una de esas estocadas que reconcilian con el toreo.
¡Oferta especial!
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
El humilde y olvidado Barrio España: «Somos como un pueblecito dentro de Valladolid»
El Norte de Castilla
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.