PÍO GARCÍA
Lunes, 11 de agosto 2008, 02:29
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Perico Escobal merece un párrafo grande en los libros de historia. Tal vez nunca lo tenga, porque militó en el bando de los vencidos, pero la aventura personal de este futbolista logroñés que triunfó en el Madrid, que estudió ingeniería, que se exilió en Estados Unidos y que narró su peripecia en la Guerra Civil en un libro terrible () lo convierte en un personaje irrepetible del siglo XX.
En la hoja de servicios de Pedro Patricio Escobal, Perico, figura con letra pequeñita una incidencia que ahora viene muy al caso: participó con la selección española de fútbol en las Olimpiadas de París (1924), lo que le convierte en el primer olímpico riojano. A aquella cita también acudió un pelotari vasco que luego se afincaría en Logroño y que tendría un gran impacto en la sociedad local: Javier Adarraga.
Adarraga se volvió con una medalla al cuello, pero Perico no tuvo una participación tan deslumbrante. Escobal no jugó, según rezan las crónicas, el único partido que España disputó en la capital francesa: fue contra Italia, que ganó por 1-0 tras un escándalo arbitral. Así que la selección nacional, que había ganado la medalla de plata en Amberes, hizo amargamente las maletas y regresó a casa.
Unos meses después, Perico compartió vestuario con su futuro cuñado Ramón Castroviejo en el Club Deportivo Logroño y ambos estrenaron el flamante campo de las Gaunas con una victoria sobre el Vie au Grand Air francés (3-0). Sin embargo, el nombre de Perico Escobal estará siempre ligado al Real Madrid, en cuya defensa formó en los años veinte. Llegó a ser capitán blanco: le llamaban 'El Fakir', era guapo, culto, gran conversador y muy ducho en aventuras galantes. Pero su vida de alegre futbolista se apagó con la guerra. De ideas izquierdistas (peleó para lograr «un sueldo digno» para los futbolistas), acabó en la cárcel. Confinado en el frontón Beti Jai de Logroño, su alma se fue llenando de heridas físicas y, sobre todo, morales. Postrado y enfermo de tuberculosis, veía cómo muchos compañeros eran trasladados en convoyes hacia la muerte. Él logró escapar en 1940 y marchó hacia Nueva York.
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Allá logró empezar una nueva vida: redescubrió su vocación de ingeniero y regeneró el alumbrado del barrio de Queens. Pero jamás pudo olvidar la guerra y con la sangre de esa herida escribió . En el año 2002, a los 99 años, murió el primer olímpico riojano en la isla de Manhattan.
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