
MARCELINO IZQUIERDO
Lunes, 14 de julio 2008, 02:44
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«Las revueltas son cosa de la chusma y del hampa madrileña. La nación estará contigo», argumentó Napoleón Bonaparte a su hermano José, a la sazón rey de España, tras sofocar las revueltas contra los franceses, que habían prendido en la capital el 2 de mayo de 1808. Sin duda, el emperador se equivocó. José I jamás gozó del cariño del pueblo, que más pronto que tarde encontró el mote por el que pasaría a la historia: 'Pepe Botella'.
Y lo cierto es que José Bonaparte nunca fue muy aficionado a la bebida ni destacó por una vida disoluta. Pero en una España en la que el apodo era tan o más importante que el nombre y el apellido -lo que en muchas zonas rurales todavía sigue sucediendo- y en la que las coplas constituían los
40 Principales
del siglo XIX, Pepe Botella se convirtió en el hazmerreir del pueblo llano.
Cuando José Bonaparte llegó a la Península Ibérica, camino de de la Corte, el convoy que lo acompañaba sufrió un robo cerca de Calahorra. Entre otras vituallas, al ejército galo le desapareció el vino destinado a la soldadesca. Bonaparte, ni corto ni perezoso, ordenó que se requisase en la Ciudad de los Mártires tanto vino como fuera necesario para cubrir la demanda, lo que sin duda no fue un mal trueque para los militares napoleónicos.
Documentos históricos certifican que el hermano de Napoleón fue alojado en la casa de José Raón, vecino de la localidad riojana, de cuya bodega serían confiscados los caldos. El atropello causó tal indignación en Calahorra, desde donde la noticia comenzó a propagarse por toda España, que pronto se le culpó directamente de haberse bebido el vino.
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Uno de los ejemplos de cómo la rumorología popular puede marcar de por vida a una persona, por muy rey que ésta sea, lo tenemos en Logroño. El escritor Félix Enciso Castrillón, autor durante la Guerra de la Independencia de obrillas de teatro y ripios más o menos ingeniosos -y casi todos con el punto de mira sobre los franceses-, firmó una pieza titulada
El sermón sin fruto o sea Josef Botellas en el Ayuntamiento de Logroño
. El profesor de la Universidad de La Rioja y prestigioso filólogo, Miguel Ángel Muro, explica que la pieza jocosa en un acto «narra cómo Pepe Botella llega a Logroño y quiere convencer a los riojanos de las bondades que traerá la llegada de los franceses». «El mandatario galo -abunda Muro- llega a la ciudad bastante bebido y, para aclararse la garganta, sigue bebiendo vino de Rioja hasta terminar preparando una buena en el Ayuntamiento de Logroño. La ira provocada por Josef Botellas entre los vecinos desencadenará que estos expulsen a Bonaparte y a sus tropas».
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Sin embargo, José I no era ni un borracho ni un alcohólico y, cuando bebía, lo hacía con moderación. Consumía Borgoña, de vez en cuando -Chambertin para más señas-, lo que denotaría un gusto exquisito por su parte... si no fuera porque, en realidad, le echaba agua. Tampoco se caracterizaba el político corso por su condición de gourmet, pues las crónicas cuentan que no era demasiado exigente a la hora de comer.
Pero, además de Pepe Botella, el monarca se ganó otros tantos apelativos 'cariñosos'. Algunos le motejaban el 'rey pepino', tanto por el gusto que tenían los franceses hacia esta hortaliza como porque este vocablo rimaba muy bien con vino y con camino, al tiempo que otros le insultaban con el apodo de 'Pepe plazuelas' debido su gran afición a derribar conventos, iglesias o casas solariegas para abrir enormes plazas. La más conocida fue la de Oriente, justo enfrente al Palacio Real de Madrid que le sirvió de residencia.
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Mujeriego
Las últimas biografías escritas en Francia y en España presentan a José Bonaparte como un político y un jurista de prestigio y con fuertes convicciones republicanas, lo que no deja de ser un contrasentido. Físicamente más agraciado que Napoleón, cuando llegó a San Sebastián, primera ciudad que pisó en suelo español, las masas murmuraban: «¡Es un guapo mozo! ¡Hará un hermoso ahorcado!». Sonados fueron sus amoríos con bellas mujeres como Teresa Montalvo, la soprano italiana Fineschi o la esposa del embajador de Dinamarca. Tan vasta lista creó una leyenda a su alrededor que, años más tarde, aún perduraba su fama de gran per- seguidor de chicas.
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