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ENRIQUE MÜLLER
Viernes, 9 de mayo 2008, 03:00
En la soledad de la cárcel de St. Pölten, aislado del resto de los demás presos y bautizado por la prensa de su país como el 'monstruo de Amstetten', Josef Fritzl, comenzó a relatar a su abogado, Rudolf Mayer, su propia versión del martirio que sufrió su hija Elisabeth y los motivos que lo llevaron a encerrarla durante 24 años en el sótano de su casa.
Los apuntes de las conversaciones entre Fritzl y su abogado llegaron, gracias a una interesada gestión de Mayer, a la redacción del semanario 'News', que ayer llegó a los quioscos con un titulo sugerente en su portada: 'Fritzl habla'.
La confesión de Fritzl es categórica y revela de forma inequívoca que el 'monstruo de Amstetten' sabía perfectamente lo que estaba haciendo y que en ningún momento tuvo remordimientos, ni tampoco sentidos de culpa por haber convertido a su hija en una esclava sexual. Peor aún, Fritzl admite que se había enamorado de su hija y que se sentía feliz de tener dos familias, la que vivía «arriba» y la que vivía «abajo».
«A lo largo de los 24 años supe que lo que estaba haciendo no era correcto y que debía estar loco para hacer algo semejante», contó Fritzl a su abogado, «Y aún así, mi segunda vida en el sótano de mi casa se convirtió en algo natural, por ejemplo cuidar de mi segunda mujer y de nuestros hijos». En su interesada confesión, Fritzl habla por primera vez de los motivos que tuvo para encerrar a su hija. «Fue siempre una adolescente rebelde, visitaba locales de mala muerte, bebía y fumaba. Tuve que traerla a casa varias veces, pero ella se volvía a escapar. Por eso ideé un lugar donde poder mantenerla alejada, por la fuerza, del mundo exterior».
En su patético relato, Fritlz desmiente que haya violado a su hija cuando tenía once años de edad y admite que sus deseos de tener relaciones sexuales con Elisabeth nacieron cuando la joven ya se encontraba prisionera en el sótano. Fue entonces cuando el 'monstruo' comenzó a comparar a su hija con su madre. En la primavera de 1985, Fritzl ya no pudo controlar sus deseos. «El incesto se convirtió en una adicción», relata Fritzl. «Nunca usé preservativos porque en realidad deseaba tener hijos con Elisabeth».
Con el tiempo, la cárcel donde Elisabeth vivió 24 años de su vida se convirtió para su padre en su segundo hogar, un lugar alejado del mundo exterior y donde Josef Fritzl era el amo absoluto.
La confesión de Josef Fritlz comienza con una descripción de su niñez y de su juventud, que estuvo marcada por la disciplina nazi y la ausencia de su padre. Con respecto a su madre, confiesa que «ella era la jefa y yo el único hombre en el hogar», relata Fritzl y admite que tuvo fantasías incestuosas con su madre, pero que logró superarlas gracias a la compañía de otras mujeres.
Fritzl concluye su confesión asegurando que «a pesar de todo, no soy una bestia como dice la prensa».
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